sábado, 24 de agosto de 2013

CRÓNICA AL 6 DE AGOSTO

Mijail Miranda Zapata

A los amigos del Punto Aparte
Ariel, Cecilia, Renato.

El día de la patria es la madrugada en la que pierdes tu dinero, tu billetera, el último celular, tus documentos de identidad, tu identidad. El día de la patria es el amanecer en el que te encuentras caminando, dormido, con los puños ensangrentados y la chamarra hecha jirones. El día de la patria es un amanecer en el que se camina descalzo, pateando garages y puertas, lanzando piedras a molles, sauces y algarrobos. El día de la patria es sentir pena por los jacarandás. El día de la patria es despertar sentado en un columpio asumiendo a carcajadas tu patetismo. El día de la patria son las mujeres y ancianos barriendo las aceras, perros ladrando y los últimos ebrios regresando al hogar. El día de la patria es la mañana en la que el sol y el asfalto se ensañan con tus ojos, tu piel, tu sed. El día de la patria son los hombres trabajando en feriado, las comerciantes vendiendo cualquier cosa. El día de la patria es la indiferencia al campesino durmiendo en el parque, a los testigos de Jehová, a los cleferos bajo el puente, al muchacho que camina ebrio, descalzo, con la chamarra hecha jirones. El día de la patria es un cainita andando entre traiciones y alevosía. El día de la patria es encontrar tu casa con el sol cayendo en guillotina, es no encontrar la llave, lamentarse, trepar la verja. El día de la patria es llenar los vacíos de la memoria con lamentos y burlas de amigos y enemigos. El día de la patria es comer un picante mixto, sin llajua. El día de la patria es creer que tus excesos con el alcohol son performances artísticas, reírte de lo que dices, lo que haces, lo que eres, en lo que te has convertido. El día de la patria es curar la resaca, sentirse solo y añorar un abrazo. El día de la patria es un anochecer hundido en el sofá, una espalda llena de hematomas y el silencio. El día de la patria es la culpa, el ridículo, mentirse jurando que no volverá a pasar. El día de la patria es oír a los gatos peleando con la noche. El día de la patria es la necesidad de escucharla, llamar y colgar. El día de la patria es saberse distante, extrañarla, soltar alguna lágrima por su ausencia y saber que con ella el día de la patria jamás habría sido el día de la patria.

lunes, 19 de agosto de 2013

UNA SOLEMNE MARICONADA


Cuando me pregunto por qué los orureños huimos del teatro o de los espectáculos culturales, sospecho porque muy en el fondo de nuestro ser nos agrada el juego del espectador – espectado,  es decir, que nos encanta que cada uno de nosotros tenga sus cinco minutos de fama.

Esto se evidencia en Carnaval, en las marchas y desde luego en los desfiles. En torno a estos últimos se arman varios aspectos interesantes, sociológicos, sexuales, artísticos, políticos e ideológicos.

Eso del patriotismo no es más que un pretexto para la reafirmación de estructuras sociales marcadas. Los desfiles son la lid donde se disputan los prestigios y se encuentran las diferencias entre los hijitos bien criados de los mal criados y también es una maravillosa ocasión para que los sectores antes ninguneados sobresalgan. Las bandas son una muestra maravillosa de que el combate a superado el simple insulto y la blasfemia para optar por el arte musical como referente de prestigio. No es raro entender que se ponga más empeño a las bandas que a las otras materias en el colegio, es que la banda, a diferencia de la matemática, te permite “ser alguien” cobrar la importancia que nadie te da. Por eso vale el esfuerzo.

Cuando vivimos en una sociedad que aún nos educa para ser lacra tercermundista sin ninguna aspiración de trascendencia en el mundo, nuestros pequeños núcleos sociales se las ingenian para tener sus escalas de valor. Eso es una maravilla porque solo entonces se produce la llamada descolonización. Cuando el valor de los pequeños grupos se independiza del valor formulado por el cliché y la imposición mediática.

Un gualiporero orureño es el equivalente al jugador de equipo de football americano de las películas, y las gualiporeras a las porristas. Así hacen el referente sexual de lo lindo y lo bello mostrado a todas luces en un desfile de presunciones y pavoneos propios de un rito de fertilidad o apareamiento de aves exóticas.  

Así el desfile sirve también para que jovenzuelos y jovenzuelas busquen un buen prospecto. Eso también me gusta porque se pone romántico el asunto y si no fuera por los desfiles algún otro fenómeno permitiría que este juego de miradas se diera. Pero en la nostalgia de los ancianos del futuro de seguro estarán con preponderancia las fotos del 6 de agosto como recuerdos de la época en la que alguna vez fuimos “algo”. De ahí que no es de extrañarse que haya tanta cola de ex alumnos en todas partes, porque junto con el carnaval, los desfiles son una oportunidad para aparecer en el mundo de lo visible y lo sobresaliente.

Políticamente se aprovecha de la algarabía popular para justificar cualquier cosa. Así también los militares dan el único espectáculo que justifica su inútil existencia. Sin tomar en cuenta que la primera jugada política del Estado es la formación en valores fundamentalistas, que incumben las razones más íntimas del ser humano para crear la ilusión de que todo el aparato burocrático, futbolistas y soldaditos cuadrados en escuadra, implican precisamente la razón de nuestro ser en justificación de la mentira. Y eso no pasa de ser una solemne mariconada.

Estoy seguro que no solo para mí los símbolos patrios significan tantas cosas menos las que quieren significar. ¿Podrían significar algo las estrofas ininteligibles del himno nacional para un niño de 7 años? A más de los Helados Propicios creo que nada. ¿Qué puede significar la libertad en un país donde cada quien hace lo que se le antoja? Yo mismo que antes quise reducir nuestro himno a la frase de “morir antes que esclavos vivir”, ahora prefiero a todas luces “Hoy Bolivia feliz ¡A gozar!”. 

SERGIO GARECA

almaeninvierno@yahoo.es

 

jueves, 1 de agosto de 2013

REQUIEM PARA UN BIBLIOTECARIO


Soy un pésimo lector de diarios. Casi siempre paso directamente a la página cultural o veo con asco los titulares. No sé por qué en esta ocasión me di un poco más de tiempo y hojeé La Patria cuidadosamente. Cuando me topé con los necrológicos, me entristecí mucho pues vi la fotografía de don Francisco Días Queraltó, jesuita bibliotecario del IAI. Nunca crucé más de un par de palabras con él pero me causaba una tremenda admiración. Tengo un libro suyo publicado por Latinas Editores, que propone rutas de excursión para caminantes de los andes. Es un libro maravilloso y en más de una ocasión las llevé a la práctica.

Circula un rumor de que toda herencia y patrimonio que llegó a tener Don Francisco lo invirtió en la Guaguateca del IAI. Donde un par de veces fui a gozar con los libros de David Carter “Un Punto Rojo” y “el 2 Azul”.

Alguna vez me contó que una madre dejó allí a un pequeño niño y el niño quedó poseído por los libros y al salir gritaba “¡No mamá, no me quiero ir, hay más, hay más!”. Eso se llama pasión por la lectura.

Sirvan pues estas breves líneas de homenaje a ese caminante y bibliotecario. Con él uno más de nuestros patrimonios vivientes nos deja. Hay quienes dan la vida donde se encuentran y hay otros que solo pasan a cobrar. Gracias Francisco por pensar en los niños de esta ciudad y por enseñarnos los caminos que, por mirar nuestros ombligos, nos negamos a andar.