Entrando en temas de cocina.
El dinosaurio pisa a la lagartija, el choclo
sonríe a los marlos, el representante de los representantes sólo hizo
representaciones y nunca presentaciones. Nadie se presenta. Nadie dice yo soy.
Pero todos sabemos que ese es. Todos cultos cultores, nadie cultiva. Puro
hortelanos. Titiriteros que no dejan titiretear, autores que no dejan autorear,
autistas, pintores de pinta. Los actores se enojan porque todos estamos
actuando. Varios en variedades. Los
etéreos cazando hadas. La ministra pesando verduras. Los famosos, los fumosos,
los firmes, los firmantes, los anónimos, tutoriales, putoriales. Los
colectivos, los selectivos. Gestores, indigestores.
Todos los artistas somos seres humanos y, como
tales, está demostrado, también merecemos extinguirnos.
Durante años le hemos prestado atención y
tomado partido por la organización del movimiento cultural boliviano, insípido
hasta el día de hoy, para que haya políticas de atención sectorial y que tengan
su incidencia en la sociedad.
Los artistas, gestores culturales y otros
inmiscuidos con la actividad cultural, siempre hemos sido bastante difíciles de
gobernar y de aglutinar. Precisamente porque el arte se brinda a la reflexión y,
en algunos casos, la individualización y personalización del criterio de cada
propuesta se convierte en un fenómeno interesante en cuanto sea obra y sea
arte.
El arte es político, siempre. Es político en
cuanto, cuestiona, y reflexiona, desde la propia naturaleza de la política,
hasta la denuncia de la injusticia social y el universo de temáticas infinito que
puede abordar. Pero al momento de hacer propuestas a nivel organizativo estatal,
carecemos en absoluto de efectividad práctica.
Apenas se han manifestado las opiniones
respecto de la pandemia y la cruda situación económica que representa para
todos el no poder ejercer actividades que nos den algún rédito económico para
sobrevivir; nuestras grandes y complejas cabezas talentosas, se han chocado
unas contra otras y de manera miserable, unos y otros hemos reclamado
representatividad y liderazgo y no hemos hecho más que revelar que somos una
sopa de menudencias, para que el estado también caliente sus propias tripas.
El Ministerio nos ve la cara de idiotas y todas
las anteriores autoridades, de igual modo, por esta desunión de sectores y
regiones. Se ha vuelto notorio que toda alta capacidad humana está solo
enfrascada en nuestro talento, que sublima nuestra pobre y miserable condición
humana. Pero más allá de eso, esta crisis nos demuestra que como dijo Lin
Yutang “el cerebro de los humanos es igual que el hocico de los cerdos y sólo
sirve para buscar comida” (lo digo de memoria, así que no es cita textual).
Nuestra miseria común ha hecho que rompamos
nuestros corrales y nos arrojemos como bestias a disputarnos los huesos que ni
siquiera nos arrojan. El movimiento cultural boliviano es un conjunto de perros
famélicos, flacuchos, anémicos y desahuciados.
Tan aburridos nos encontraríamos en nuestras
casas durante la cuarentena, que apenas el tedio nos ha rebasado hemos
destapado una gran olla hirviente de deslealtades, miramientos, envidias y
cobardías.
¿Cuál la solución? ¿Cuál la propuesta?
Penosamente las respuestas aún están muy lejanas. Ha fracasado la ley general
de culturas, la propuesta de ley del artista, y la ola de sectorialización nos
pondrá en un gran concurso de quien se gana en caerle mejor a diputados que no
tienen ni fe ni conocimiento en el área. Este gobierno dará largas, mientras
nadie se pone de acuerdo con nadie.
Por lo menos los policías tienen a sus mujeres
que piensan por ellos, ya que no los dejan sindicalizarse. A nosotros ningún
gobierno nos deja ni dejará controlar ni siquiera los carnets en el mercado.
Hasta mientras este será un concurso de arrodillados para que algún funcionario
público decida cuál es el payaso que hace quedar mejor a su gobierno.
Cuando el país se calme y bajen las aguas; no
cambiará nada más que la respetuosa relación que llevamos todos entre todos,
serruchando el piso mutuamente desde la concesión del silencio, que la crisis
no nos ha permitido.
Ojalá antes de esta crisis también no
hubiésemos tenido la oportunidad de saludarnos de mano por estar sosteniendo algo.
Pero ya nos veremos, seguramente, para saludarnos todos, con o sin barbijo, sin
dar la cara, con las manos vacías, sabiendo que ya nos tocaba pedirnos
el codo.
SERGIO GARECA
ORURO, MAYO 2020.