La primera versión del Premio
Nacional Edmundo Camargo de poesía, con sede en Cochabamba, concedió el
galardón unánimemente a Benjamín Chávez con “El Libro entre los Árboles”. A
este poemario me he de referir con la satisfacción de hablar de un buen libro,
un buen amigo, y un buen hermano.
Claramente Octavio Paz nos ha
dicho que el principal tema de la poesía contemporánea es la escritura misma. Partiendo
de este criterio El libro entre los
árboles reincide en esa afirmación.
No es ya un secreto decir que la
primera fuerza de la poesía de Benjamín es la descripción, y con tal fuerza
resguarda, en una misión casi templaria, momentos (“Perfecto mundo perdido para
siempre”). Recorre el mundo desde el poema “Rosa Náutica”, donde aparecen
palabras o tópicos que tendrán una importancia suprema en el resto del libro
como: Paisaje, una evocación al retorno o también al encuentro. También en la
sutilidad del silencio necesario para cada viaje emergen las metáforas,
nuevamente la riqueza de momentos (o el presente en múltiples tiempos), los
giros y las llaves que encierran los secretos de poemas como en “Mitteleuropa”,
donde el cuervo misterioso inaugura una mitología propia.
Este efecto es también constante.
La laboriosidad del poeta consiste en ese afán de esconder las llaves. El ritmo
calmo de los poemas, en el que la metáfora gotea y es tangencial y el paisaje
se constituye en lo principal. Allí reside un momento real, un tiempo
específico sobre todo lo demás.
Estos paisajes, son lugares,
viajes autores, en el mismo rango. Quizá en esa visita a sus lecturas, desde un
acuario, como nos dice, y desde donde observa todo de adentro hacia afuera (y
no al revés); pasa de ser un observador a ser un depredador, a seguir la pista
de la fiera, que no puede ser otra que la poesía, o esas llaves que el mismo ha
dispuesto. Y aunque uno pudiese preguntarse ¿cuál es el misterio de la simple
belleza?; el cambio de paisajes nos llevan a detenernos en las constantes intrigas
de la vida y la muerte:
Viejas y
nuevas tumbas
en la espalda
de la tarde caliente.
Benjamín es un poeta de mirada
privilegiada. Su reminiscencia es ser en el paisaje y desde allí, con
suficiente erudición funda poesía como apéndice de la Tierra la búsqueda es la
motivación hasta dar con el fruto en medio del bosque, donde el libro vuelve a
ser de la naturaleza; por su esencia de palabras y misterios; porque la poesía
es detonar el misterio que habita en cada palabra.
En general, la imagen es la causa del pensamiento
migrante en la nada. El viaje y la búsqueda otorgan al libro la importancia de
una bitácora de explorador en este siglo, en esta era descubierta y nerviosa.
La búsqueda, en este caso es la calma; extender la distancia de un propio ser;
en todos los paisajes posibles. No es un desterrado y tampoco un migrante; es
un “estante” alguien que está.
SERGIO GARECA
ABRIL 2015
Para finalizar el libro, regresa
el dilema de la escritura y se revela en una lucha de Nada contra nada. Donde
escribir es borrar hasta volver a ser árbol, o su sentido. Así el viaje, o el
regreso, es la poesía misma. Por borrarse, negarse o desdecirse, simplemente
como nos dice el poeta, la poesía se integra al bosque o a la tierra. Es el
sentido de anulación, lo no dicho, la llave escondida, en la que habita la
poesía, la que nos retorna al ser natural. Así la poesía parece ser un canto de
sirenas, una ilusión. La ilusión del viaje emprendido. Porque el paisaje es
también la página (en blanco) y escrita. La escritura al ser nulidad, un dejar
de ser, para estar en la página como en el viaje, de manera fantástica. El
viaje se ha realizado y es un fruto más en el bosque de lo desconocido a lo que
accedemos y decimos adiós (desdecimos), al cerrar el libro.