El maravilloso libro de Rodny Montoya, con debida
calma y respiración distendida, tanto por la edición por parte de la editorial
“El Objeto Maravilloso”, como por los poemas que contiene es un premio a
cualquier alma que se tope con él.
Se trata de un viaje por lo atemporal, una danza
oscura con la muerte hasta el descubrimiento de una luz propia y con ella la
vida. Parte con un poema que claramente da el impulso al libro. Literalmente:
“Toda sombra
es un abismo
Es una boca a
la medida
Como la de la
muerte
Donde caben
todas las palabras,
Pero no se
pronuncia
Ninguna…”
La sombra,
La palabra,
El abismo,
Así diciendo…
Esta triple presencia es el primer estado del
poeta, rondado por la muerte como hada madrina. Donde el paraíso es la ciudad-
infierno (quizá tácitamente El Alto), y la palabra la piel. Este concepto es
por demás interesante, porque la palabra al formar parte de la oscuridad, es
solo la piel, o la apariencia de las cosas. La búsqueda de la verdad para el
poeta es equivalente a guardar silencio. O por lo menos encaminarse a él.
Quitándose toda carga mundana posible (Me
quito el mundo). Así, se reconoce en un estado anterior a los poemas, de
donde ha salido a este mundo, en lo obvio y en lo cierto. Por tanto con
minucioso ojo, con fuego y aguja, muerto vivo, nos deslumbra con maravillosas
imágenes poéticas que son el centro de su escritura, sincera y sobria
Acerca del silencio en el poema que empieza con el
verso “mi cuerpo/ es un péndulo…” reconocemos la existencia del tiempo como
puro proceso mental y la muerte del cuerpo, y por tanto de lo mundano, en la
garganta, y se descubre la voz sin palabras.
Acerca del regreso al estado inicial, siempre en
camino a la vacuidad, la palabra misma se desanda, tan bellamente explicada en
el poema Adán 2
Y terminé
repitiendo
Mi nombre
Al desandar
Paso a paso
La nada.
Hay un juego permanente del ser o no ser, como
jugando a la moneda, hasta que la imagen y los movimientos del libro, pasando por lo etéreo, la añoranza de lo
eterno o el misterio de la grandeza revela una presencia simple, el ser social
y la muerte presente en la indignación, también el ser cotidiano. Sabe que su
propia concepción de si mismo es la de un hombre fuera de lugar, pero más fuera
de tiempo. Hastiado de sombra acude al fuego, así sea de un simple cigarrillo.
Culmina con una serie de hai ku, que va del paisaje
a la taza de café. Una experiencia que
vale la pena vivir.
SERGIO GARECA
Oruro marzo, 2015
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