Si algo tiene la palabra, es
poder. Tanto ha ahondado la ciencia en el conocimiento del cosmos que ha podido
acercarse, cuando menos en datos, a las estrellas. Sin embargo, hasta el día de
hoy, el lenguaje, y por ende, la palabra, parecen ser la única ciencia en cuyas
constelaciones podemos indagar en busca del gran misterio del pensamiento
humano.
En pleno uso de ese poder, Carlos
Condarco Santillán, nos obsequia la segunda edición del libro de cuentos “Con
papá en el zoo”, una colección narrativa llena de sorpresas y cumbres cuya
circulación ha sido demandada largamente por el público. Cuentos como “El
toro”, traducido a quechua e inglés, “La simiente” llevada al cine, o “Arteaga
el inmortal” XIV Premio Nacional de literatura “Franz Tamayo”, (1980), se
encuentran en este libro.
Una fuerza natural, la misma del
paisaje transcurre las páginas, un reflejo altiplánico, un viento furtivo,
acomoda la arcilla de la cual parecen estar hechos los personajes: el hombre y
el río. A su vez, en la misma pincelada, aparece la inmarcesible voluntad del
ser humano que ha de vencer toda dificultad planteada por esa misma fuerza
natural, desde su aparición en el alba de su inteligencia. La violencia del
paisaje.
En otro escenario, más humano,
dentro de cuatro paredes, están otros personajes sus pasiones, el cuchillo y
las mujeres. En otro, a su vez se rasga el arcano y aparece, tan agraciada la
muerte y la leyenda, una muchacha que alcanza las cumbres para quedar ciega en
la nieve, un horno de montaña viva, o la poderosa palabra impronunciable.
En estas atmósferas, circula la
siguiente tipología: El Hombre Natural y
Anti- Natural, en permanente lucha de voluntades, la voluntad de la
naturaleza y la otra voluntad naciente del ser humano que la ejerce como
indomable ejercicio de su propia existencia; El Hombre Apasionado, el irascible vehículo del destino que se
conduce con el corazón averiado; el Hombre
Legendario, que ha mistificado su entorno y se ha mistificado a sí mismo;
por último, el Hombre Filósofo Carnicero, que ha hecho en la razón una herida y
nos ha dejado ver la sangre. Es ese nuestro alimento.
Como se ve, nos encontramos con
una sutil invitación a un paseo para ver al animal humano, en su habitad
natural.
¿Habrá alguien que se atreva a
encontrar en estas páginas su propia palabra?
SERGIO GARECA