A un país se lo ama con el corazón, por su
cultura; con el estómago, por la comida y con el hígado por la política (no
llegaré más abajo, pero todos sabemos que con aquello también se ama). Ahora tenemos líos por el COVID, pero,
siempre hemos tenido problemas de visión, por amar ciegamente donde nacimos. No
hemos podido pasar a la era del tecnicolor en nuestra vida política cotidiana.
Lo que resume nuestro criterio a ver las cosas sólo en blanco y negro o, en
nuestro caso, mucho más contextualizado entre azul
y choco teñido.
Tenemos, por un lado, en la esquina azul, con
catorce años de gobierno, y robustez a dieta de chuño,
al MAS. Grupos sociales del anterior gobierno, que contienen en sus filas a
varios tipos de personas. Podemos resumirlos en sindicatos y federaciones,
funcionarios públicos y pueblos originarios y masas populares.
Así como se lo dice, en primer término,
pareciera que es mucha gente. Sin embargo, como viene de una terrible crisis
que significa la pérdida del poder en noviembre del 2019, todo este conjunto de
personas no es más que un 35% del total de la población, actualmente.
¿A qué se debe su pérdida de popularidad si era
una mayoría arrolladora? A que se ha ocupado de cercenar liderazgos emergentes
(indígenas y no), en concentrar poder en una sola persona y en el monopolio
político que, con los años, se fue enturbiando en estadios medios del propio
partido que, desde ya, tenía problemas internos, pues, su caída no puede
atribuírsele a la simple casualidad. Desde hace mucho que hubo gente
serruchando el piso esperando a que pisaran en falso hasta que, de tanto
intentar, les surtió.
Los sindicatos, por no perder su eslogan revolucionario y por
mantener en alto la mano izquierda, sin mostrar la mano derecha con la que han
recibido favores del gobierno caído no se resignan y solicitan elecciones. Ante
la emergencia sanitaria, han mantenido bajo perfil, hasta que desatinadamente
han decidido bloquear al país,
cerrando carreteras a modo de medir su fuerza política, lo cual ha causado 29
muertos
por falta de oxígeno que se quedó varado en los caminos. Una de esas víctimas, de
COVID-19,
es la hermana de Evo Morales. La fuerza está muy saludable en desmedro de la
salud de sus propios afiliados.
Los funcionarios públicos, rapaces por naturaleza, están a la
espera de elecciones, para poder continuar en funciones después de los catorce
años. Al final, en el espectro electoral, ya están manchados por los años de
gobierno y les queda ser consecuentes. Los más vivillos, que los hay muchos,
esperarán para cambiar de amo y arrodillarse al siguiente gobierno.
El último sector, la masa popular, es
más complejo, pues, en su toma de posición partidaria, tiene dentro de los
componentes de identificación factores raciales, culturales y sociales. Esta
identificación a ciegas, tomando el partido sólo por consecuencia, “por la
camiseta”, han asumido que la emergencia sanitaria es una mentira política,
que el COVID es invento de la derecha.
Por tanto, la política ha afectado la expansión
de la pandemia. La situación política en Bolivia ha acrecentado el índice de
muertes e infecciones. Lo triste es que ha ocurrido sin ningún argumento de
contexto. Al MAS no le afecta en nada que sus principales cabezas estén fuera
del país, gozando del dinero de esos pobres de los que tanto se han llenado la
boca.
Si en algo tuvo razón el ex ministro de
economía Arce, es que una familia de cuatro personas puede sobrevivir con los
cien bolivianos (15 $us),
durante una semana. La estadística está de su parte. De hecho, podríamos encontrar
familias que viven así, y no por la crisis de la pandemia, sino que es su
situación de normalidad. Y las hubo
dentro de esos 14 años de “estabilidad” económica, supuesta, evidentemente,
viven y han vivido con esa asombrosa y miserable cantidad de dinero; hoy ellos,
que han sido siempre pobres, no hallarán mucha diferencia entre su modo
anterior de vida con la actual.
Es iluso pensar que la diferencia económica
golpea más a la pobreza que ya de por sí vive golpeada. Los pobres seguirán
pobres, pero habrá nuevos pobres y ellos serán quienes ya perdieron,
están a punto de perder o perderán su mediano o pequeño capital por deudas
acumuladas en alquileres, bancos y servicios.
Los afectados también son grandes capitales y,
dentro de esos grandes capitales en la región andina del país, está el comercio
y dentro de ese comercio, casi siempre informal, encontraremos a una banda azul
del MAS que los rodea. Son grandes capitales los que más sufren porque el pobre
tiene menos que perder y, los comerciantes y empresarios, en este momento
pierden más dinero, les atormentan sus créditos bancarios. Es el comerciante
informal quien ha sacado a la gente a los mercados y las ventas callejeras, por
tanto, ha aumentado los contagios.
Por alguna razón, dentro de la
autoidentificación social, preferimos seguir asociando los conceptos y pensar
siempre que indígena-pobre-humilde, viene siempre todo junto. Pero durante el
último tiempo, las fiestas populares como prestes y matrimonios millonarios,
en los cuales actúan artistas de fama mundial, nos darán la clara idea de que
el cliché ha muerto, ahora no sólo el indio es pobre y no sólo el blanco es
rico.
Desde hace mucho que la pugna política no es sólo
de ricos contra pobres, ahora más que nunca juegan un papel importante la
autoidentificación cultural, la identificación económica y la identificación
social.
El MAS ha tenido dos errores capitales en su
discurso de pandemia. Uno es convocar a la gente a las manifestaciones en las
calles y romper la cuarentena. Buenos puntos hubieran ganado en la opinión
pública, si desde sus representantes en el exterior hubiera movido ayuda
internacional o desde sus propios representantes dentro del país se hubieran
ocupado de esa generalidad, sin cuerpo y sin nombre que se le llama “pobre”. Esto
no quiere decir que la pobreza no exista, es más bien un análisis del uso de la
etiqueta social que se utiliza por puro rédito político. Habrá otra oportunidad
para poder poner a consideración que son las instituciones como la ONU o el
Banco Mundial quienes reparten a los países los indicadores para la
pobreza.
El MAS pudo tomar la fuerza de la producción
campesina para visibilizar la atención al área rural, no por su debilidad “por
su pobreza”, sino por su potencialidad productiva y cultural. La pandemia ha
sido un fuerte golpe para los capitales mundiales. La caída del petróleo es la
muestra más contundente.
También ha sido una revelación importante entender que los sectores secundarios
y terciarios de la economía han absorbido la actividad y la atención de la
humanidad en general y que, es totalmente necesario, volcar la mirada de la
humanidad a la agricultura y la auto sustentabilidad alimentaria en todas
partes.
Aunque tengamos más canchas
que hospitales,
ese conglomerado campesino maravilloso que nos da de comer con su trabajo,
identificada con un símbolo, más que con una cuestión de Estado, hubiera
validado su posición política. Esto nos ayuda a identificar el otro error, que
es el desgaste del discurso.
El MAS ha utilizado paradigmas de la
pluriculturalidad y descolonización, como herramienta ideológica. Estos
conceptos son el trabajo de muchas batallas sociales desde los años ochenta en
la conceptualización de una liberación que no fuera sólo económica sino también
mental y cotidiana; pero en la práctica sólo sirvieron para encubrir viejas
costumbres presentes durante todo su gobierno con funcionarios que tenían entre
10 y 30 años de carrera en la administración pública, que son quienes hacían
del aparato estatal un insufrible calvario de trámites y que son también ellos
quienes por herencia dejan “vuelva mañana” como el lema más importante del
país.
Todas esas buenas ideas han perdido
significado, y gran parte de pensadores y opinadores, le tienen más nostalgia a
la utopía que al propio gobierno del MAS, pero vuelven a tomar peso en la
balanza, regresan, por no salir mal en los afiches y en el twitter, por no caer
mal a sus amigos socialistas de las universidades del exterior.
Por el otro lado, en la otra esquina, están los
flacuchos ideológicos, los pititas.
Podemos pensar que, si el MAS tiene, alrededor
de 35% de la simpatía de la población a su favor, el resto de los bolivianos es
automáticamente pitita y, eso, es absolutamente falso.
Los pititas, son una minoría, muy minoría, pero a su
alrededor están grupos sociales que no tienen una organización visible como los
sindicatos ni un caudillo, sino que capa a capa (sospechosamente, podría ser
también capa, cruz y espada), van formando afines al gobierno de Añez y otras
tibiezas a medida que se alejan de la ultra derecha.
Durante los hechos del año pasado, en octubre y
noviembre, las otras masas, “también populares” disconformes, salieron a la
calle sin ninguna orientación ideológica ni política. La simple bronca
acumulada por pequeños detalles se le fueron de las manos al MAS.
Muchos líderes, indígenas y no indígenas,
buscaron espacio con absoluta representatividad de sus sectores, comunidades y
espacios políticos menores. Como el MAS se los negó, se fueron constituyendo en
una multiplicación de sectores contrarios a su gobierno, sin ninguna cabeza y
sin ningún orden. Reyecillos por aquí y por allá.
El MAS había roto una tradición de familias,
guetos, logias y círculos VIP, que gobernaban desde siempre el país. La Ultra
derecha, con toda la experiencia de su maquinación; volvió para adueñarse, sin
ninguna propuesta, más que el saqueo de la cosa pública, a aprovecharse del
descontento de las mayorías y tomar el poder. A ellos les viene como un asunto
de magia y lotería la pandemia mundial y les da además la oportunidad de
prorrogarse en el poder.
El resultado de escándalos de ENTEL
y de los respiradores importados en el Ministerio de Salud,
son ya la olla destapada de una sopa política de murciélago, toda virulenta y
sin ningún atisbo de hacer la diferencia con nuestra historia saturada de
corrupción, con el detalle de que se alimentan con discursos reaccionarios de
extremo religioso y con absoluta nostalgia de las instituciones tradicionales
de la sociedad.
Evidentemente, se podía haber pensado que los
valores conservadores habían dejado de existir, por lo menos, mediáticamente.
La religión no es una noticia que cause revuelo si la prensa no habla de un
cura pedófilo. Nadie habla de las señoras que asisten el domingo a misa. Todo
este conservador conglomerado humano llevaba bajo perfil para no ser tildado
públicamente de machista, homófobo, retrograda y discriminador; para evitarse
procesos y vergüenzas. Pero no había dejado de pensar ni sentir que lo correcto
estaba y está en los valores contrarios a la época de la pluralidad y anhelaba,
como lo hace hoy también, que estos valores vuelvan a tomar su lugar desde la
educación y desde el propio Estado.
Las iglesias evangélicas protestantes, se
jalaban los pelos porque el MAS (aunque la más de las veces era doble moral,
sobre todo con ecología), tenía como parte de su discurso la recuperación de
tradiciones y costumbres de los pueblos originarios, realizando ritos, que para
ellos no son más que brujerías y expresiones del demonio. Recientemente, por
esa razón, el actual gobierno ha cerrado el Ministerio de Culturas
y ha dejado en la calle las piezas invaluables del Museo Nacional de
Arqueología.
Los activistas políticos, ecologistas, LGTB, y
muchos otros que pelearon por vindicaciones, tanto dentro del reconocimiento de
derechos como por espacios sociales, tenían toda la atención en medios y, por
tanto, las de ganar frente a la opinión pública, hasta desgastar sus propias
manifestaciones de escándalo público volviéndolas parte del folklore
contemporáneo. A su vez fueron despertando, ya no adeptos, sino por dialéctica,
reaccionarios a los ideales de libertad de expresión.
Hay un resentimiento, también contemporáneo, a
partir de esas reacciones, que ha vuelto a surgir y viene de personas que
también tienen fuerza política y de representación. No es casualidad Trump sea
presidente de EEUU o Bolsonaro en Brasil que son representaciones de esa manera
de entender el mundo y que llegaron a esos liderazgos por ese apoyo. No están
solos ni son pocos.
No es una minoría inofensiva políticamente. Tiene
suficiente capital, suficiente fuerza de discurso y fuerza militar para
representar a todas estas personas. Lo que construye la paradoja de “el
intolerante debe ser tolerado”, o “si yo no debo tratarte mal por indio o
marica, tú tampoco tienes por qué tratarme mal por conservador”.
Para los pititas, la pandemia estaba siendo un
viento que sopla a favor. Pero no tiene ni logros económicos, ni logros
políticos. Su proyección es triste. Tienen multiplicidad de posturas, ya que no
todos son conservadores radicales, sino que también hay mucha tibieza, están
lejos de buenos resultados en las elecciones de octubre, que tanto han pedido
los sectores sociales, para que el gobierno transitorio no se prorrogue más.
Pues bien, si por un lado está el MAS con un 35%
y por el otro está en otro 30% de la población para pititas, ¿quiénes
son el resto de los bolivianos?
Somos nosotros, los que estamos en la
obligación forzosa, electoral, de escoger entre todos los lobos vestidos de
oveja, sin saber cómo reconocer cuál es peor. Somos los que, de tanto
desencanto, no queremos nada de nada, que no nos queremos ni entre nosotros,
que no estamos representados por nadie, que no sabemos qué nos depara el
futuro; los que no tenemos nada en común para que nos agrupe un sindicato, una
federación o una escuela de repostería. Nada nos acerca los unos a los otros.
Una gran masa ambivalente y deforme carente de unanimidad.
Podemos decir que la mayoría de las personas en
este país, no somos más que carne fresca, esperando sobrevivir a la pandemia
mundial para que la política se coma nuestros restos. A la vuelta de la esquina
están las instituciones que esperan para chuparnos la sangre, impuestos,
aduana, los servicios y esa parece ser la única realidad que nos importa.
Incapaces de marcar una línea política,
incapaces de marcar una línea económica, esperando, siempre, a que alguien más
asuma coser el parche social, que alguien más levante la fruta del suelo, que
alguien más eche todo a perder para no sentirnos culpables.
Sí, esos somos la mayoría.
II
Desde hace algunos días hay tres aspectos que
han llamado la atención para que pueda afectarse la opinión de esa masa
flotante.
El primero es la expresión del líder indígena
Felipe Quispe,
el Mallku,
durante un debate en un canal de televisión nacional.
En este debate, su parte contraria era Rafael Quispe.
Hay varias cosas que decir acerca de ese
acontecimiento. Primero, la nefanda provocación del canal de televisión a la
opinión pública, que hace, como siempre, de la política a un pugilato verbal,
en el cual es asaz folklórico y exótico ver a dos “indígenas”, obligados por la
situación al debate. Lo cual reduce todo a pelea de gallos, carrera de
lombrices, lucha libre de enanos. Porque para el amarillismo periodístico
interesa mantener la audiencia ocupada.
No le interesa confrontar las opiniones del Mallku con Marincovik,
nuevo ministro, que fue perseguido por el MAS por actitudes racistas en contra
de los pueblos indígenas. El debate de indígenas es para el criterio de la
televisión, todavía una opción política de clase “B”.
Durante el transcurso del debate el Mallku, dijo
una frase, ya nada novedosa, pero que representa la corriente del pensamiento
del indianismo más radical del país, y que seguramente tiene sus similares en
toda Latinoamérica. Dijo: “Yo no soy boliviano”. Para Felipe Quispe, su nación
es el Qollasuyu, y su lengua el aymara. El Estado colonial boliviano, es una
figura política que no lo representa, en tanto su identidad racial, económica y
cultural se ve amenazada por esa imposición histórica, a la cual no ha de
perdonarle los 500 años del encuentro con el mundo europeo.
Por otro lado, Rafael Quispe, dijo: “Nuestros
hijos ya son de la clase media”, para el “Tata”, como también es conocido, es
absurdo ya vivir con ese rencor y es necesario construir el país en la unidad
más allá de la diferencia racial. Alguna a vez dijo también “El racismo existe
en la mente del racista”.
Ambos tienen fuerte influencia en la opinión de
las personas sobre todo en la parte altiplánica del país y ambos discursos han
encontrado hoy un mal momento para ser considerados. El del Mallku, porque ha
llevado a las comunidades a las carreteras a bloquear los accesos comerciales y
territoriales de La Paz. En la pandemia, la economía se ha visto golpeada, y
sectores, campesinos, que proveen de productos a la ciudad, así como el
tránsito de comercio con el Perú, dejan un discurso histórico, todavía válido,
fuera de lugar. Los enfermos quieren vivir, los sanos sobrevivir.
El discurso de unidad de Rafael Quispe se cae
por su alianza con el gobierno derechista, a lo que el Mallku le reclama ser un
nuevo esclavo del hombre blanco, y que él no se aliaría nunca con sus verdugos.
Sin embargo, también tiene una validez importante lo que dice. Porque en los
últimos cincuenta años, sobre todo la cultura aymara, se ha levantado de sus
cenizas y ha conseguido aun antes del MAS una gran fuerza económica basada
principalmente en el comercio, y ha acumulado suficiente capital como para ser
no sólo una fuerza política a nivel discursivo racial, también de carácter
económico. A pesar de que esa fortaleza, también tiene una marginalidad con el Estado,
por el contrabando que siempre le mantiene en tensión.
Hay que tener en cuenta que las iglesias
protestantes tienen importante participación en el actual gobierno. Entonces
mientras el Mallku reivindica su propia religión y espiritualidad precolombina,
hay una masa importante de gente en ruralidad que ama al Dios de los
cristianos.
Este último aspecto revela algo importantísimo,
nuevamente, el debate del país ya no es de ricos contra pobres. La tensión es
racial y cultural. Aunque para sustentar digan que el MAS fue un gobierno que
piensa en los humildes, mendigos y con eso se laven la cara para mostrarla a la
opinión internacional. Nuestro país tiene una herida más profunda al margen de lo
económico. La llegada de Evo Morales al poder definitivamente hizo un cambio
histórico, bajo premisas acumuladas de la lucha social y ha contribuido también
al fortalecimiento económico del área rural. Pero también ha tenido grandes
resbalones, desfalcos millonarios, sobreprecios y la megalomanía del propio
Evo, ocasionando que se vaya juntando el rencor reaccionario.
Como país moribundo ya no sólo debemos pensar
en una reforma puramente económica, necesitamos urgentemente una revolución
sentimental.
La megalomanía, es el segundo aspecto que va a
influir en la decisión de las próximas elecciones. Este no ha sido el año de
Evo Morales. Ha perdido el gobierno, ha perdido a su hermana, y ahora está a
punto de perder su imagen internacional.
Hace aproximadamente un mes empezaron a
circular fotografías de Evo con una muchacha.
Se presume por ello que mantenía una relación carnal y sentimental con
ella pese a ser menor de edad y ya se han presentado denuncias por cargos de
estupro.
La muchacha ha declarado a la policía
que evidentemente es su enamorado. Ella es del trópico cochabambino donde está
una de las fuerzas sociales más consecuentes con Evo. Hace unos días ella dijo
que la policía la obligó a declarar de esa manera.
Pero el MAS no ha querido tomar la palabra al respecto. Ese silencio, desde
luego, anima a decir que las acusaciones son ciertas.
Nueve muchachas más a través de una abogada
han indicado que también han estado en relación carnal con el ex presidente.
Desde hace años que se iba rumorando por los pasillos de las instituciones
públicas, que cuando Evo viajaba para entregar obras públicas, las comunidades
hacían esperar a muchachitas para que pudiera escoger. ¿No les suena esto a la
Fiesta del Chivo de Vargas Llosa?
Si esto se comprueba los efectos sociales son
terribles, porque nuestra historia necesitaba urgentemente un gobierno popular,
que fue cayendo poco a poco en la centralidad del poder en una sola persona. A
pesar de la estabilidad económica, se fueron perdiendo libertades, sobre todo
políticas, de decisión a nivel regional y también sectorial, lo que ha
ocasionado que el estado vaya avanzando peligrosamente hacia la restricción de derechos
de acción y pensamiento.
El resorte ha saltado y trae sus consecuencias.
Esto hace pensar, sobre todo, que un gran descuido es pensar que la política es
solo progreso económico, dando poca importancia a los bienes inmateriales como
la libertad misma. Los pequeños liderazgos fueron asfixiados por completo. Gente
que al principio propugnaba militancia, fue perseguida por el mismo gobierno al
cual puso en el poder. Entre ellos, personalidades históricas para la izquierda
boliviana como el propio Mallku
o Filemón Escóbar.
La izquierda en general dejó de estar de su
lado hace mucho y poco a poco tuvo solamente a la burocracia estatal, que no
deseaba perder su trabajo, pero que a pesar de ese beneficio extrañaba las
ventajas y repartijas que le brindaba la vieja derecha. Y ellos también le
serrucharon el piso. ¿Qué pasaba con el pueblo? El pueblo era conmovido con la
construcción de propaganda de imagen. El trabajo del MAS en el poder ha tenido
un éxito en el monopolio de los símbolos, en los cuales, la wiphala (bandera
indigena)- raza- socialismo- Bolivia- y el propio Evo, significaban una misma
cosa.
La imagen del caudillo había absorbido mucha
autoidentificación tanto dentro como fuera del país. Hoy, si cae el actor del
drama, se caerá toda la escenografía, y con ella casi medio siglo de lucha
histórica de las fuerzas populares, por haber construido un movimiento social
legitimo sobre una sola piedra. Aquí
está en juego, además, la integridad de la mujer, haciendo que el próximo voto por
el MAS implique legitimar el derecho de pernada, casi medieval, y otorgar ese
poder nuevamente, sería expandir ese derecho.
El tercer factor que influye en lo que pueda
pasar en las elecciones es la situación psicológica de la población. En Estados
Unidos se ha visto un fenómeno interesante con el caso de George Floyd.
Seguramente cada día existe allí un abuso por móviles raciales. Pero como ahora
estamos en tiempo de pandemia, la gente reaccionó. Trato de explicarme por qué.
Resulta que, en condiciones normales, las noticias, pasan como un río de
información acumulada y que cualquier noticia puede perderse más o menos
rápidamente, por la vida cotidiana o por la frecuencia del mismo tipo de
noticias. Ahora el estado psicológico del espectador es distinto.
La mayoría de las personas está pasando por un
estado anímico de miedo, frustración, impotencia por el COVID. Pero como no tiene
cara humana, toda esa carga negativa no tiene donde ser focalizada.
La primera reacción, y la más natural, es que
la gente pueda buscar a alguien a quien echarle la carga. Eso, en el común de
los días, también se lo echamos a nuestros gobiernos.
Por tanto, se hace otra asociación simbólica:
miedo-frustración-impotencia-racismo- abuso- muerte, todo equivalente a Trump.
De igual modo en nuestro contexto boliviano, esas sensaciones han hecho que,
todo acumulado se vea resumido en dos rostros visibles:
LA ECUACIÓN wiphala- socialismo- indígena- Evo-
miedo- frustración- impotencia- fracaso económico- corrupción-VIRUS,
todo eso, contra:
ECUACIÓN, Añez- discurso conservador- Dios- la
iglesia- familia- miedo- frustración- impotencia- fracaso económico- corrupción-
VIRUS.
Las elecciones tienen un factor sicológico
importante en tanto la gente por sus propias características culturales asigna al
COVID su nivel simbólico a uno de ellos.
Con los bloqueos, el gobierno iba a ser el
chivo expiatorio que al pueblo le dé el placebo de la sensación de victoria y
permita obtener para sí mismo la sensación de triunfo y tranquilidad. Eso hasta
la muerte de la hermana de Evo Morales y el chivo expiatorio pasaron a ser casi
30 personas inocentes, víctimas de la sicosis colectiva, privadas del oxígeno
que no podía cruzar los caminos.
Nuestra tradición de lucha social ha usado de
estos recursos, bloqueos y huelgas. Dentro del subconsciente social, hemos
estado pensando que bloqueábamos al virus, y que la lucha debe hacerse en las
calles. No podemos concebir, como cultura, que “estar en casa” es la lucha por
la salud.
Dentro de nuestro imaginario, en la
suplantación de peligro por la personificación (de personaje), en el teatro de
la política, nos darán la idea de que hay un triunfo sobre el propio virus.
Es algo penoso, porque por esa misma suplantación
simbólica, muchos quedarán moralmente desahuciados, por perder, corazón e
hígado en el empeño.
La radicalización de la tensión campo ciudad,
la caída de los movimientos sociales por apostar a sólo una representación; y
el malestar psicológico general ansioso de una victoria, que dejará un país con
sabor a poco. Ese es el resultado de esta breve endoscopia de pandemia. Ojalá
nos quede pulmón para seguir amando este país.
SERGIO GARECA
PANDEMIA 2020