Cuando me pregunto por qué los
orureños huimos del teatro o de los espectáculos culturales, sospecho porque
muy en el fondo de nuestro ser nos agrada el juego del espectador –
espectado, es decir, que nos encanta que
cada uno de nosotros tenga sus cinco minutos de fama.
Esto se evidencia en Carnaval, en
las marchas y desde luego en los desfiles. En torno a estos últimos se arman
varios aspectos interesantes, sociológicos, sexuales, artísticos, políticos e
ideológicos.
Eso del patriotismo no es más que
un pretexto para la reafirmación de estructuras sociales marcadas. Los desfiles
son la lid donde se disputan los prestigios y se encuentran las diferencias
entre los hijitos bien criados de los mal criados y también es una maravillosa
ocasión para que los sectores antes ninguneados sobresalgan. Las bandas son una
muestra maravillosa de que el combate a superado el simple insulto y la
blasfemia para optar por el arte musical como referente de prestigio. No es
raro entender que se ponga más empeño a las bandas que a las otras materias en
el colegio, es que la banda, a diferencia de la matemática, te permite “ser
alguien” cobrar la importancia que nadie te da. Por eso vale el esfuerzo.
Cuando vivimos en una sociedad
que aún nos educa para ser lacra tercermundista sin ninguna aspiración de
trascendencia en el mundo, nuestros pequeños núcleos sociales se las ingenian
para tener sus escalas de valor. Eso es una maravilla porque solo entonces se
produce la llamada descolonización. Cuando el valor de los pequeños grupos se
independiza del valor formulado por el cliché y la imposición mediática.
Un gualiporero orureño es el
equivalente al jugador de equipo de football americano de las películas, y las
gualiporeras a las porristas. Así hacen el referente sexual de lo lindo y lo
bello mostrado a todas luces en un desfile de presunciones y pavoneos propios
de un rito de fertilidad o apareamiento de aves exóticas.
Así el desfile sirve también para
que jovenzuelos y jovenzuelas busquen un buen prospecto. Eso también me gusta
porque se pone romántico el asunto y si no fuera por los desfiles algún otro
fenómeno permitiría que este juego de miradas se diera. Pero en la nostalgia de
los ancianos del futuro de seguro estarán con preponderancia las fotos del 6 de
agosto como recuerdos de la época en la que alguna vez fuimos “algo”. De ahí
que no es de extrañarse que haya tanta cola de ex alumnos en todas partes,
porque junto con el carnaval, los desfiles son una oportunidad para aparecer en
el mundo de lo visible y lo sobresaliente.
Políticamente se aprovecha de la
algarabía popular para justificar cualquier cosa. Así también los militares dan
el único espectáculo que justifica su inútil existencia. Sin tomar en cuenta
que la primera jugada política del Estado es la formación en valores
fundamentalistas, que incumben las razones más íntimas del ser humano para
crear la ilusión de que todo el aparato burocrático, futbolistas y soldaditos
cuadrados en escuadra, implican precisamente la razón de nuestro ser en justificación
de la mentira. Y eso no pasa de ser una solemne mariconada.
Estoy seguro que no solo para mí
los símbolos patrios significan tantas cosas menos las que quieren significar.
¿Podrían significar algo las estrofas ininteligibles del himno nacional para un
niño de 7 años? A más de los Helados Propicios creo que nada. ¿Qué puede
significar la libertad en un país donde cada quien hace lo que se le antoja? Yo
mismo que antes quise reducir nuestro himno a la frase de “morir antes que
esclavos vivir”, ahora prefiero a todas luces “Hoy Bolivia feliz ¡A
gozar!”.
SERGIO GARECA
almaeninvierno@yahoo.es
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