lunes, 19 de agosto de 2013

UNA SOLEMNE MARICONADA


Cuando me pregunto por qué los orureños huimos del teatro o de los espectáculos culturales, sospecho porque muy en el fondo de nuestro ser nos agrada el juego del espectador – espectado,  es decir, que nos encanta que cada uno de nosotros tenga sus cinco minutos de fama.

Esto se evidencia en Carnaval, en las marchas y desde luego en los desfiles. En torno a estos últimos se arman varios aspectos interesantes, sociológicos, sexuales, artísticos, políticos e ideológicos.

Eso del patriotismo no es más que un pretexto para la reafirmación de estructuras sociales marcadas. Los desfiles son la lid donde se disputan los prestigios y se encuentran las diferencias entre los hijitos bien criados de los mal criados y también es una maravillosa ocasión para que los sectores antes ninguneados sobresalgan. Las bandas son una muestra maravillosa de que el combate a superado el simple insulto y la blasfemia para optar por el arte musical como referente de prestigio. No es raro entender que se ponga más empeño a las bandas que a las otras materias en el colegio, es que la banda, a diferencia de la matemática, te permite “ser alguien” cobrar la importancia que nadie te da. Por eso vale el esfuerzo.

Cuando vivimos en una sociedad que aún nos educa para ser lacra tercermundista sin ninguna aspiración de trascendencia en el mundo, nuestros pequeños núcleos sociales se las ingenian para tener sus escalas de valor. Eso es una maravilla porque solo entonces se produce la llamada descolonización. Cuando el valor de los pequeños grupos se independiza del valor formulado por el cliché y la imposición mediática.

Un gualiporero orureño es el equivalente al jugador de equipo de football americano de las películas, y las gualiporeras a las porristas. Así hacen el referente sexual de lo lindo y lo bello mostrado a todas luces en un desfile de presunciones y pavoneos propios de un rito de fertilidad o apareamiento de aves exóticas.  

Así el desfile sirve también para que jovenzuelos y jovenzuelas busquen un buen prospecto. Eso también me gusta porque se pone romántico el asunto y si no fuera por los desfiles algún otro fenómeno permitiría que este juego de miradas se diera. Pero en la nostalgia de los ancianos del futuro de seguro estarán con preponderancia las fotos del 6 de agosto como recuerdos de la época en la que alguna vez fuimos “algo”. De ahí que no es de extrañarse que haya tanta cola de ex alumnos en todas partes, porque junto con el carnaval, los desfiles son una oportunidad para aparecer en el mundo de lo visible y lo sobresaliente.

Políticamente se aprovecha de la algarabía popular para justificar cualquier cosa. Así también los militares dan el único espectáculo que justifica su inútil existencia. Sin tomar en cuenta que la primera jugada política del Estado es la formación en valores fundamentalistas, que incumben las razones más íntimas del ser humano para crear la ilusión de que todo el aparato burocrático, futbolistas y soldaditos cuadrados en escuadra, implican precisamente la razón de nuestro ser en justificación de la mentira. Y eso no pasa de ser una solemne mariconada.

Estoy seguro que no solo para mí los símbolos patrios significan tantas cosas menos las que quieren significar. ¿Podrían significar algo las estrofas ininteligibles del himno nacional para un niño de 7 años? A más de los Helados Propicios creo que nada. ¿Qué puede significar la libertad en un país donde cada quien hace lo que se le antoja? Yo mismo que antes quise reducir nuestro himno a la frase de “morir antes que esclavos vivir”, ahora prefiero a todas luces “Hoy Bolivia feliz ¡A gozar!”. 

SERGIO GARECA

almaeninvierno@yahoo.es

 

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