¿Se acuerdan de
esa película en que Draw Barrimore es periodista y va a la escuela secundaria a
hacer una nota de encubierto? Pues algo así me pasó a mí. A los 34 años,
ingresé nuevamente a estudiar a la Normal. Y, aunque no es lo que quiero
contar, y si es lo que ustedes se están preguntando, sí, me sentí jamás
besado.
Se preguntarán “¿y
para qué te has metido a estudiar otra vez?”. Pues, resulta que hay cosas para
las que uno tiene suerte en la vida y otras en las que no. Conseguir trabajo es
parte del conejo oculto en el sombrero de la estadística.
Presumimos que la
educación es un deber consagrado del Estado y que cada escuela es un templo del
saber, pero, de hecho, la educación es un conjunto de guetos laborales, barricadas
de oportunidad desigual detrás de trincheras de amontonadas tesis en 5
ejemplares.
Cada título
profesional es más un título nobiliario. La oferta académica se traduce en la
oportunidad de comprar status social y un margen pequeño de oportunidad laboral.
Llegado el momento todos sabemos que lo van a contratar al sobrino de doña “este”
o al ahijado de don “coso”, tanto en ámbito público como privado. Es
interesante como tutoriales de youtube están dando soluciones de conocimiento
práctico para todo, mientras las habilidades académicas formales se van
devaluando.
Yo estudié Derecho,
pero no lo vuelvo a hacer. Me había casado y ningún banco quería ofrecerme un
crédito de vivienda con esa fuente laboral. Entonces traté de enderezar la vida,
hacia el lado siniestro. Podría pasar cinco años en el bufete o buscar un trabajo
convincente para el banco.
Al ver la
convocatoria a la Carrera De Comunicación y Lenguajes, dije “esto me viene como
piedra para el q’alapari”. Iba a hablar todo el día de literatura (la mayor
pasión de mi vida), y me iban a pagar por eso.
Con absoluta
seguridad los recién salidos del colegio estaban más frescos que yo en
problemas de lógica; no me gustaba mucho el inglés, pero me podría ir bien.
Todo era cuestión de que los postulantes tuviéramos un poquito de voluntad y
muchas ganas de que el Estado nos mantenga. Digo, es una irresponsabilidad a la
que casi todos en este país aspiramos. ¿O a qué se le llama política?
Quiero dejar claro
que este no es un escrito que quiera mancillar la dignidad del maestro
boliviano. Hay mucha riqueza en esa muy poco reconocida labor. Y yo, en mi
experiencia en la Normal, y antes de eso, he conocido la calidad humana de
muchas personas. Es más, mi existencia ha sido un homenaje a aquella mujer
maravillosa llamada María Luisa, quien me dio uno de los regalos más hermosos de
la vida: haber aprendido a leer. Pero, desde luego, pondré aquí algunas
posturas, criterios y conductas que anónimamente pueden ser identificables en
todo el país y puede que cada uno las acepte con mayor o menor conformidad.
Yo tenía una
pesadilla recurrente. Puede parecer una exageración, pero es cierto. Soñaba que
me aplazaba en religión y, no importaba mi edad, me hacían volver al colegio y
usar el uniforme.
No es que me ponga
a jugar al conferencista internacional para poderles decir que “los sueños se
hacen realidad”, pero esa pesadilla se cumplió. Aprobado el examen de ingreso,
me hicieron firmar que me comprometo a usar el uniforme de la Normal. Ropa
negra formal ideal para funerarias y funcionarios de matrix. Para las señoritas,
guardapolvo y cabello recatado.
Este uniforme parece
perfecto para alguien que ha asistido recientemente a la muerte de su
autoestima, Desde luego este compromiso firmado es inconstitucional y, más que
nada, inhumano, porque implica la renuncia a la personalidad propia y el
derecho a la identidad (más allá de que usar traje saca el James Bond que hay
en mí).
Poco antes de la
pandemia el nuevo Señor X (nuevo porque apenas hubo cambio de gobierno han
barrido con los funcionarios), puso énfasis en el cumplimiento de esa
obligación. Yo tenía muchas ganas de preguntarle si además era necesario lucir
una peluca medieval. Seguramente ronda los cincuenta años, pero es un chiquillo
al lado de Ozzy Osborne. ¿Es que acaso el Rock and Roll no nos ha enseñado nada
en los últimos 60 años? ¿no estamos hoy en la era de la diversidad?
Tanto él como el
anterior Señor X, a pesar de la distancia política entre ellos, estaban, y
están, perfectamente de acuerdo en este detalle. Lo que hace pensar que es un
problema de TRADICIÓN Es toda la personalidad anacrónica de la mentalidad
colectiva.
La Ley 070,
propone una interesante bibliografía para la formación de maestros. Gran parte es
terrible lastre post moderno; pero también cuestiona ese tipo rigidez y
estancamiento de la educación en esa actitud en la que sólo se forma un tipo de
ser humano: el sumiso.
Como todo en la
historia de este país, una cosa es la que se dice y otra la que se hace. Por
tanto, la parte más bonita de esa bibliografía anticonductista no pudo hacer
carne en lo que llevo de condena en el aula seis.
Asistimos a clase
peinaditos y vestiditos para que no se note que cada día en el espejo, vemos al
perro de Pavlov. La educación liberadora, revolucionaria y descolonizadora se
ocupa de esconder las colas de ratas skinnereanas, insinuando, sugiriendo,
controlando, puntualidad y asistencia obligatoria.
Yo estuve orando
en mi interior “oh bendito país socialista de vida democrática por el cual, mi
padre peleó contra la dictadura y yo con toda mi generación marchamos el 2003
haciéndonos encanar, sin motivo, para preocupar a nuestras familias peleando
por un país mejor, ¿por qué replicas las relaciones de opresión de la empresa
de un país industrializado del viejo mundo que requiere del obrero su
esclavitud de 8 a 12 y de 2 a 6, donde el obrero, para poder darse un objetivo
de vida cumpliendo con el sangrado deber de llevar pan a la casa, hace el
trabajo para que el dueño del capital se enriquezca, así como el estudiante, en
la ilusión de aprender, cumple con un deber absurdo para que su maestro pueda
cobrar su sueldo?”
Pero traté de
acomodarme. En lo que llevo ahí, me llaman la atención dos cosas. Una es la
psicología de los maestros que podríamos resumir en tres puntos. 1) Quienes
llegan al aula a contar sus problemas personales, haciendo un espacio de
distención sicológica. 2) las de autoridad excesiva que acuden solo por la
sensación de poder que el aula les provoca. 3) quienes realmente tienen una
vocación y relación con el conocimiento y que son las que más motivan.
La otra cosa que
pude observar es esta: Si hay algo interesante en la mentalidad del maestro es
la idea acerca del tiempo. Aquí debo hacer una diferenciación entre el tiempo subjetivo y el tiempo concreto.
Vayamos primero
por el tiempo concreto.
Entendemos que el
tiempo es una convención. ¿Qué es lo que hace que el tiempo exista? El suceso. Si
el sol no pudiese salir consecutivamente y cumplir su ciclo, no tendríamos idea
de los que es un día. Como raza humana, en nuestro paso por diferentes
culturas, hemos tratado de entender el universo en base a sistemas matemáticos
y cálculos que nos permitan, más a menos, con exactitud determinar cosas y
ayudarnos a vivir con ese conocimiento y que favorezcan nuestra estadía en este
mundo.
A la sociedad de
la revolución industrial el cálculo de cada minuto le valía muchísimo porque
apenas se inauguró la producción en cadena se podía contabilizar el trabajo de
un obrero por la cantidad de piezas que pudiese ensamblar, de tal forma que
fuera mecánico, monótono y además de susceptible de contabilidad, tanto en
resultado físico como de tiempo.
Con los años se
fue cumpliendo sagradamente horarios de oficina y empresa, dando el mecanismo
de la vida en las ciudades como la conocemos y a la gran enfermedad del siglo XX:
El estrés, los atolladeros de automóviles, trasladando gente de un lugar a otro,
tratando de llegar a tiempo, todo el tiempo.
Es ahí donde el tiempo concreto pasa a ser tiempo
subjetivo. En este siglo XXI, el rigor de los empleos ha disminuido en
base a relojes más individualizados de producción, o por lo menos es la
tendencia.
Es decir, el tiempo se ha pluralizado, al igual que muchas cosas. La pandemia
mundial ha ayudado a este proceso con el llamado teletrabajo.
Un ejemplo, de la
subjetividad del tiempo y su relación con los resultados de la actividad humana
podría ser Kasparov contra Karpov. Veamos esta cita del diario el País: “A Karpov le gusta dormir hasta muy tarde,
generalmente hasta mediodía. El reglamento de la competición prevé que las
partidas deben comenzar a las cinco de la tarde. Es una norma incluida no hace
mucho tiempo, y los partidarios de Kasparov entendieron en su día que se
trataba de una decisión del presidente de la federación mundial, el filipino
Florencio Campomanes, para favorecer a Karpov”.
¿A qué me refiero
con esto? A que nuestro sistema educativo está ahora cimentado en la idea de
que una hora es exactamente igual a otra. Y en teoría y concepción lo es. Ambas
constan de 60 minutos y, por tanto, la carga horaria académica es la misma para
todos, estudiantes y maestros.
Las 4 hrs. diarias
en que los estudiantes sacrifican el trasero por el país en pupitres públicos o
privados son las mismas, y el Estado, como máquina industrial de principios del
siglo pasado, piensa que el resultado de cada niño o joven será el mismo. La
hora de actividad mental de Kasparov o Karpov, es una hora cualitativa de
tiempo por los resultados a conseguir.
En una entrevista,
Salazar Mostajo dijo a Mariano Baptista que nadie podría comprender la
experiencia de Warisata. A nadie le podía caber en la cabeza que carecía de
horario, vacaciones y recreos. De seguro tenía la finalidad de que estos tres
conceptos fueran la misma cosa recreo, vacación y conocimiento. Ahí tenemos la
escuela ayllu como uno de los pilares de la ley 070.
En “Zedar de los
espacios”, un poema épico de ciencia a ficción de Ramiro Condarco Morales, se
puede intuir la tesis de que el único fin del ser humano es aprender. Incluso
cuando tienes todo el tiempo del universo a tu disposición, no podrías saciar
esa necesidad. Por tanto, aprender es una actividad, permanente e indiferente. Si
aprender es la máxima cualidad humana, entonces es intrínseca, carece de
relación laboral de producción y es más bien una actividad de solaz y
creatividad.
Si algo puede
darnos idea de la concepción subjetiva del tiempo, o tiempo relativo, (a la
manera de Einstein), es la música. La música es tiempo. A pesar de que cada
minuto sea igual a otro, la música hace que cambie de valor, con intensidades y
frecuencias, mensajes y pálpitos distintos. Como las artes, todas, son
sincronización con el universo. Cualifican el tiempo. Lo devuelven a su
relación primera de concepción, hacen del suceso (llamémosle minuto o segundo),
un evento cósmico.
¿Cómo llevamos eso
tan bonito a lo fáctico? Me parece que la economía creativa es una gran salida,
la compra de tiempo por resultado académico y viceversa. Ojalá pudieran tomarse
otras iniciativas como reemplazar la hora académica por el crédito estudiantil.
Desde ese punto de vista, la puntualidad parece un invento de los taxistas.
Yendo a la
descolonización del tiempo, hace más o menos un año, llegó una psicóloga
argentina con un libro estrafalario que llevaba por tema la “pacha y
sicoanálisis”, que tenía mucho de izquierda, que está de moda por allí. Algo
así como que la pacha fuera la antítesis natural del capitalismo. Era en
síntesis un coctel de materialismo dialéctico freudiano pachasófico.
Como vivimos en la
era de la plasticidad del concepto indígena y su proyección al concepto “Pacha”,
se convierte en un juguetito maravilloso para que jipis y neo jipis laven su
conciencia histórica, fotografiándose con la primera alpaca que encuentran en
su camino.
Los españoles
evidentemente llegaron a esta parte del mundo, violenta, ambiciosamente. Con ellos
perdimos muchas cosas; pero hay algo a lo que no llegaron y es “a la conquista
del tiempo”, de nuestro tiempo subjetivo. El tiempo es lo más puro que existe
en nuestras mentes postcolombinas. Porque el sol sigue saliendo y cumpliendo su
ciclo.
Vale decir que el
suceso cósmico no ha cambiado, nuestros ciclos ancestrales no han sido
alterados. Cambiaron códigos, pero ritos, mitos y ritmos se han mantenido, porque
el ciclo agrícola se ha mantenido también.
La sacralidad del
tiempo hace que lo subjetivo para los andinos esté sujeto a momentos, y no a
minutos. Por eso cuando nos invitan a una boda, tratamos de llegar siempre al
mejor momento y no en la hora correcta. La subjetividad de nuestro tiempo es
así. Esto lo explica mejor Josef Estermann al final de su libro “Filosofía Andina”,
que también forma parte de la biblioteca sugerida.
No es que sea un
pretexto para la impuntualidad, sino que me parece bastante inocente de parte
de directores y maestros pensar que van a erradicar una de las principales razones
de nuestra identidad, plantoneándote a cantar el himno nacional, cada vez que
llegas atrasado, lo cual no sólo provoca un odio a tu almohada y a tu patria. Ya
lo hicieron con mis abuelos, con mis padres, conmigo hace veinte años y lo
hacen ahora. ¿No debería probarse otra cosa?
También es
inocente de mi parte pretender que esa tradición cambie. Es el juego del perro
y el gato. Es un pugilato de inactividad, inmovilidad. Un estancamiento social
en el cual nadie quiere ceder. El tiempo institucional de nuestra educación es
un tiempo en contra sentido cultural. Y debiera reflexionarse, sobre todo hoy,
que la pandemia nos obliga.
Otra idea que me
parece interesante, dentro de la concepción abstracta del tiempo, es la que
tienen los maestros acerca del futuro. Durante el tiempo que llevo en la Normal
vi que hay una obsesión por el tiempo futuro y un menosprecio del presente.
Desde luego, la
subjetividad del tiempo también hace que el futuro tenga una percepción
distinta en cada uno. Pero en los maestros es casi siempre uniforme. Esto tiene
que ver con la concepción arquetípica del ser humano.
Al proceso de la
formación del ciudadano boliviano, no le interesa la pluralidad. Voy a ejemplificar
la clasificación de las personalidades.
Una primera
clasificación es la sexual, por la cual se distinguen a hombres y mujeres.
Clasificación que, por más básica que nos parezca, hoy mismo está en discusión
conceptual. La educación sólo quiere: hombres de bien y mujeres de bien.
Hombres de traje y portafolio para ser íconos pintados en puertas de baño; y
mujeres que sepan, bordar, coser y abrir las puertas para ir a jugar.
Una segunda
clasificación es el horóscopo. La pongo de ejemplo, para ver como el arquetipo
de las personas “de bien” puede nublar la idea de construcción de sociedad. Existen
sólo doce clases de personalidades que están dispuestas por los astros y esto
escapa del control de nuestro destino. Vale decir que, si naciste el 30 de
febrero bajo el signo de la vizcacha, tienes como característica tener espíritu
de abuelita, brindas amor y buñuelo a todos los niños del mundo, pero que si
naces el 31 de febrero bajo el signo de la cotorra te conviertes inmediatamente
en un hijo de puta.
¿A qué va el
ejemplo? A que la educación al querer formar el arquetipo, posterga toda
intención de plenitud del estudiante real del tiempo real, del ahora: “cuando
ustedes sean mayores, serán…”. Nadie “es”.
Porque toda
voluntad está menospreciada por la intensión determinista de que todos sean
personas “de bien” para nuestra sociedad. Es decir, un inevitable destino del
cual ninguno de nosotros deberíamos escapar, entendiendo a hombres y mujeres “de
bien”, como estas personas sumisas, por tanto, con una sola conducta
(conductismo ¿sigues ahí?).
Hay otra
clasificación la de inteligencias múltiples de Howard Gardner, destrezas según
desarrollo y predisposición. Esta quizá tenga mayor vigencia que las anteriores,
pero es la que menos atención tiene.
Ahora veamos tres
aspectos:
¿Cuál es el arquetipo?
Si nos pusiéramos
a hacer un dibujito de cuál es la
persona ideal que construye la educación boliviana ¿qué tendríamos?
Pongamos que este
dibujito lo hacen el Señor X de la Normal, mi niño interior, un niño(a)
cualquiera y un funcionario entendido en la ley 070.
El Señor X,
seguramente dibujaría un tipo con pantaloncito y camisita bien planchados,
cantando 8 horas al día el himno nacional, todo pasposo, por hacerlo cara al
viento y al sol, de manera disciplinada; un ser humano que necesita que su país
aumente la producción de crema lechuga. Como muchas personas, el Señor X se
dibujaría a sí mismo.
Mi niño interior
dibujaría una persona con una larga capa plateada, cabello verde, cuerpo hecho
de lluvia y sin zapatos.
Ahora están las
descripciones de las personas que más nos interesan:
El funcionario de
ley 070, entregaría el dibujo al último, es más quizás no podría dibujar a un
ser despatriarcalizado, descolonizado, plurilingüe y multicultural. ¿Cómo se
dibuja eso? No podría, porque ese arquetipo no existe. Es la construcción
mutante del espíritu de postmodernidad que inunda y rebalsa el texto de la ley.
Imagino que en Estados Unidos cuando tenían la necesidad de ese ser humano
empezó a circular la historieta de Superman. Y la ley 070 es la búsqueda del
PLURIMAN.
La construcción
del estereotipo ha producido dos cosas: la repetición del mismo o su figura
antagónica inmediata. La segunda, la frustración que representa no poder cumplir
con el perfil.
El niño o niña,
poniéndole en claro que debe dibujar solamente a una buena persona, dibujaría, reconstruirá
su primera referencialidad, sus padres.
Si tenemos inteligencias
múltiples lo más probable es que a temprana edad ya tengamos una vocación
marcada por varios factores y libre predisposición natural hacia determinadas
actividades. De acuerdo con esa aptitud uno va buscando sus referencialidades. Muchas
veces, van a contradecir al arquetipo.
Por ejemplo, coincidimos
en que Jaime Sáenz es uno de los puntos más altos de la literatura boliviana. Pero
si preguntamos al Señor X si le gustaría que su estudiante dibuje como una
persona “de bien” a un majareta semivampiro, como era Sáenz, como principal
referencialidad de la bolivianidad que se quiere construir, de seguro dirá que
no.
Al Señor X le
interesa que todos canten fuerte el himno nacional por 8 horas mirando un
mástil. Le interesa que el niño se contemple en el mástil hasta ser el mástil.
Eso le interesa al maestro tradicional, la improductividad patriótica.
Aquí encuentro un
gran problema con el sistema educativo y nuestro imaginario colectivo: No hemos
sabido construir nuestras referencialidades. Los niños crecen imitando a los
futbolistas fracasados de la selección boliviana, y en el completo
desconocimiento de nombres maravillosos como Eduardo Mitre, Erasmo Zarzuela,
Betzabé Salmón, Liliana Colanzi por sólo decir algunos, y entender que esas
referencialidades, de los puntos más altos de nuestra cultura nacional, y otros
representativos de nuestra historia y de nuestra actualidad, están plenos de
humanidad, hechos de realidad. Realidad que casi siempre es antiarquetípica.
Esto construye una imagen real de objetivos logrados, no se pierde en la
vacuidad ilusoria de un futuro inalcanzable y ayudado con la cultura pop en el
mundo, que también hace lo suyo y con presupuesto propio.
¿Cuál es el antagonista estereotípico?
Para identificar
antagonismos debemos definir claramente a cada uno de los ejemplos anteriores.
El Señor X representa
a la tradicionalidad en el magisterio boliviano. Mi niño interior, es mi
realidad subjetiva no lograda. El niño (a)
que dibuja a sus padres, la educación natural perceptiva. El
funcionario, el sistema oficial de educación.
La tradicionalidad
genera dialécticamente anti tradicionalidad. Aunque estoy en desacuerdo con
muchísimos preceptos de la ley 070, y sería realmente largo de charlar, ella representa
esa anti tradicionalidad. Pues ha sido hecha por intelectuales que en su
mayoría no han pisado aula como maestros. Es una batalla entre Godzilla y King
Kong. Dos monstruos, horribles cada uno, que van destrozando todo mientras
pelean.
Al hacer las
prácticas educativas, pude ver que, aunque el nuevo sistema (que ya no es tan
nuevo porque tiene casi 10 años, con motivaciones ideológicas de hace 30),
realmente representa una novedad. Es decir que los maestros de este país están
siendo formados para educar a niños de 1990, mientras que en la realidad de las
escuelas está enseñando hoy, como debiera educarse a los niños en 1970.
Si no fuera por la
pandemia, no hubiéramos podido pisar tierra. Ni siquiera estábamos en el tiempo
concreto correcto. Nuestro tiempo subjetivo es incongruente, 1970, 1990, 2020.
Tres tiempos unísonos en subjetividades diferentes.
¿De qué está
compuesta la tradición? Fácil, gremialismo sindical, estructura social de
prestigio y actividad retrograda. Sobre el gremialismo sindical creo que sobran
las impresiones. Sobre la estructura social, que poco vemos o no queremos ver,
están justamente las maneras de vestir, los mundillos de envidias, que existen,
me imagino en todas las actividades humanas. ¿Por qué le importa tanto que
usemos el uniforme al Señor X?, porque un grupo de viejitas asisten al desfile
y critican las medias corridas de las estudiantes de la Normal. Nada más. El
prestigio social, es parte de esa tradición, que se exige a sí misma, que se
repitan sus propios ciclos de modos, y hasta de peinados, más que de asuntos
propiamente educativos. Sobre las actividades retrogradas voy a limitarme a
decir que son todas esas que están cargadas de falsedad y que tienen como
ejemplo la hora cívica, donde no se canta, sino que se hace fonomímica.
La hora cívica, está
vigente todos los lunes en la Normal. Me puse a pensar, hasta hacer una
conjetura. Yo imagino su origen en la época de María Josefa Mujía (seguramente coincide
en Latinoamérica), que reunía a gente para recitar y cantar canciones
patrióticas recaudando fondos para la guerra del pacífico: veladas artísticas
de la sociedad pudiente. Los maestros de la época seguramente querían replicar en
los colegios las buenas costumbres de la gente civilizada en su bohemia de
champagne. Un intento de ascender a un pueblo salvaje a la hipocresía de
alcurnia. Por eso el patrioterismo no es una condición cívica, es folklore.
Mi niño interior
es el antagonista de lo que soy yo. A estas alturas de la crónica, se
preguntarán si en mi estadía en la Normal, tuve un gran romance, o que si tal
vez ya soy un soltero de segunda mano. Debido a que esta crónica tiene mucho de
futuro, voy a dejar mi correo electrónico aquí, para que puedan consultar
directamente con la fuente almaeninvierno@yahoo.es
¿Qué genera la postergación de futuro?
Pues que se queda
en el imaginario, porque nunca fuimos un país, sino que seremos. Es un país
ahogado en la probabilidad. El país del quizás. País del presente devaluado.
Nunca un estudiante, es valioso por su propia definición de sí mismo, sino en
la definición de la que el sistema le hace dependiente. Tenemos la frustración
a flor del suelo.
La construcción
del arquetipo sin referente da este clima de insatisfacción que más tarde es
insatisfacción social e insatisfacción política.
La educación
basada en el tiempo institucional hace que nunca cumplamos metas. Toda visión
de futuro pasa por borrar los esfuerzos inmediatos anteriores, de tal modo que
siempre comenzamos de cero. Los referentes están nulos y, por tanto, nuestro
dibujo es el de un país huérfano, sin referencialidad inmediata.
Recuerdo que
cuando murió Ramiro Condarco Morales, que hemos nombrado líneas arriba, se hizo
un velatorio por Michael Jackson, que había coincidido su muerte con el
pensador orureño y boliviano.
Esto revela la
realidad de la que hablo. Estamos tan hambrientos de ese referente y, en esa
concepción de postergarnos mentalmente en el imaginario colectivo, que hemos
destruido lo mejor de nosotros, anulando nuestra propia referencialidad.
El futuro ha
llegado a nosotros, por fuerza de necesidad, con la pandemia, haciéndonos
reaccionar frente al mundo tecnológico que nos brinda conocimiento a borbotones
y deja relega al maestro a la tarea de poder encaminar la dilucidación de esos
contenidos y a forjar la voluntad de aprender que en muchos casos se deja por
pereza.
Cuando hablamos de
puntualidad, les recuerdo que estamos llegando treinta años tarde a nuestra
responsabilidad histórica. La ley 070 ha indefinido el arquetipo. La fuerza
tradicional se aferra a sus modos. ¿Qué espacio dejan para aprender y para
enseñar? Desde luego, la golosina del conocimiento y el aprendizaje sigue
estando en el recreo.
Sé que es difícil
entender algunas cosas que he dicho, pero como hemos abierto este escrito con referencia
a una película, cerremos con otra, para hacer las cosas más simples. Bastaría
con ver “Matilda” con mayor atención. ¿O es que soy yo quien no entiende por
qué Tronchatoro sigue presente en mi vida? Adópteme maestra Miel.
SERGIO GARECA
Oruro, 2020