¿Alguna vez
han tenido tanto amor por su país que han tenido que besar el espinoso suelo
que nos vio nacer y masticar su tierra por tener la bota de un policía en su
nuca?
Esto ocurrió hace casi 16 años. En aquel entonces aún nos manifestábamos contra el gobierno del MNR que había quedado en manos de Carlos Mesa. Habíamos tomado el rectorado de la Universidad, Técnica de Oruro y en una misión especial nos comisionaron para encender las antenas de la televisión universitaria.
Las cosas
salieron mal y alguien denunció que íbamos a dinamitar todo y mientras yo
estaba encerrado en el cuarto, que tenía al parecer muchos refrigeradores, que
eran los transformadores de transmisión; llegaron las motocicletas policiales y
a ordenar pecho a tierra.
Entonces
pasamos un buen rato entre rejas por tener amor al país donde vivimos y por
terrorismo.
Puede valer
esta historia como anécdota de vida, pero creo que es necesario analizar un
poco más la estampa, porque, mientras algunos podrían ver sólo un grupo de
policías que nos ponían la bota en la nuca, yo veo además un grupo de
bolivianos aplastando a otro grupo de bolivianos. Es decir que el boliviano una
vez más en el grabado conocido de enemistad. El boliviano contra el boliviano.
De un lado
un grupo de chicos que por aquel entonces confiábamos en que la revolución
estaba a la vuelta de la esquina y que por arte de magia los pobres dejarían de
ser pobres. Pero a pesar de que sí llevábamos dinamita teníamos esperanzas de
un país mejor, sin miedo a perder la vida ya sea de un balazo o entre las
rejas.
Felizmente
salimos de la cárcel y no me dieron tiempo de arrepentirme de mis ideales, por
suerte. Pero en la anécdota también están los policías que básicamente
simbolizan el estado permanente de la legalidad, pero también la mediocridad de
las cosas. Así hemos ido construyendo al país. De unos contra otros. Con la
gran onda de mediocres parapetados en pequeños y miserables puestos de poder,
llámese, funcionario municipal, sargento de policía o profesora de salón. El mismo ser asustado ante el cambio, siempre
dispuesto a apretar el cuello a quien amenace el mediocre estado de las cosas.
De ese modo
es que nunca nadie puede surgir, porque hay todavía una bota en nuestra cabeza,
una bota ideológica, una bota que no quiere aflojar porque las ideas le dan
temor. Independientemente de eso, últimamente está de moda decir facho a todo
lo que se mueva. Pero me parece bastante fuera de la razón que como pretexto de
que por todo el tiempo que hemos andado descalzos lo primero que queramos
probarnos en el pie sea un cambio de ojota por bota
Ojalá
podamos dejar de tumbar a quien por no caminar quiere volar. Desde ese momento
no puedo evitar pensar si sigo allí con la cara en la tierra o es que ya me
puse de pie.
LA SABIDURÍA DE SALOMÓN.
No soy una persona
muy creyente fanático religioso de la biblia y valoro el libro más como
literatura histórica pero además simbólica.
Muchas de
las historias de la biblia se han ido tergiversando desde su texto original por
la transmisión oral, ya que no todos durante toda la historia tuvieron la
posibilidad de leerla, tanto porque no había imprenta, como también el
analfabetismo.
En la historia
real de Salomón, él se pervierte por las vanidades al final de su vida. Pero a
mí me gusta más pensar en él como una fábula de sabiduría acerca del abuso del
poder.
Quizá sea
una intervención arbitraria sobre el hecho bíblico, pero sirve para ilustrar lo
que quiero decir.
Antes de
ser rey, Salomón no era el único heredero de David. Tenía hermanos y a todos
los mandó matar. También lo hizo con el anterior marido de su esposa para
quedarse con ella.
Entonces,
pensemos en él como alguien realmente poderoso, capaz de deshacerse de
cualquiera de sus enemigos, no importa si también son poderosos o ni siquiera
si son sus hermanos.
Pero una
vez en el poder, Salomón, desconfiando de su propia naturaleza, oró a Dios para
que le diera sabiduría. Y Dios, como es Dios, lo perdonó por lo acontecido y le
brindó lo que él pedía.
Desde
entonces no tuvo necesidad de levantar la espada nunca más y gobernó sin matar
a más nadie.
Entonces
¿qué es el poder? Es la capacidad del uso de la fuerza para someter a quienes
son contrarios al propio interés, o en su caso los intereses del Estado o la
colectividad.
¿Qué es la
sabiduría? Es tener la espada a la mano, pero tener la paciencia e inteligencia
para no usarla nunca. Es decir, gobernar sin hacer uso del monopolio del poder
(¿Max Weber?), ser capaz de matar, pero no hacerlo.
De la
sabiduría emerge la justicia, entendida como el gobierno ya no de la fuerza
sino de la razón, y la razón como equilibrio de los intereses, la realidad
razonable.
Por último,
de la justicia emerge la paz.
De tal modo
que quien gobierna, ya sea un país, o un aula de universidad a través del
miedo, pierde toda razón y toda justicia. Ninguno de sus argumentos puede ser
razonables y ninguna de sus acciones justa.
Por tanto,
un gobierno de asesinos incuba a sus propios asesinos. Y el maestro nada puede
enseñar porque en el miedo de sus estudiantes está la falta de razón de su
maestro, la escuela que enseña con miedo es una escuela de idiotas, donde el
maestro es el idiota mayor. Y en la calle, por el mismo gobierno del miedo, el
policía es la misma cosa que el ladrón, porque el ladrón lleva un cuchillo y la
policía una pistola.
La
redención es la parte más misteriosa. Pero la aspiración más legítima.
EL CÓNDOR, LAS LLAMAS Y LOS PASTORES
Alguna vez
oí hablar de una fábula andina. En ella, un cóndor se lleva a una pequeña
llama. Alarmado el pequeño pastor llama a su padre, y le dice: mirá el cóndor,
se lleva a una de nuestras llamas, hay que lanzarle piedras.
El padre le
dice que no. Porque el cóndor también es un ser vivo, y necesita comer. Si lo
maldecimos, el cóndor ser irá diciendo: miserable pastor, no me dejó comer, que
pierda todo su ganado.
Pero si le
dejamos con alegría, el cóndor se irá diciendo: qué bueno es ese pastor que ha
dejado que yo también pueda subsistir. Ojalá su rebaño crezca cada día.
Entonces
todo será como lo diga el cóndor.
De igual
modo quien pudiendo ayudar no ayuda, sólo se gana las maldiciones de los demás.
Quien es envidioso del triunfo ajeno, es víctima de su propio prejuicio.
Este país
está lleno de cóndores hambrientos y, también, es sabido, en vía de extinción.
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