domingo, 31 de enero de 2021

BOTAS, SALOMÓN Y EL CÓNDOR QUE SE VA REFLEXIONES SOBRE IDIOSCINCCRACIA Y PODER

 


¿Alguna vez han tenido tanto amor por su país que han tenido que besar el espinoso suelo que nos vio nacer y masticar su tierra por tener la bota de un policía en su nuca?

Esto ocurrió hace casi 16 años. En aquel entonces aún nos manifestábamos contra el gobierno del MNR que había quedado en manos de Carlos Mesa. Habíamos tomado el rectorado de la Universidad, Técnica de Oruro y en una misión especial nos comisionaron para encender las antenas de la televisión universitaria.

Las cosas salieron mal y alguien denunció que íbamos a dinamitar todo y mientras yo estaba encerrado en el cuarto, que tenía al parecer muchos refrigeradores, que eran los transformadores de transmisión; llegaron las motocicletas policiales y a ordenar pecho a tierra.

Entonces pasamos un buen rato entre rejas por tener amor al país donde vivimos y por terrorismo.

Puede valer esta historia como anécdota de vida, pero creo que es necesario analizar un poco más la estampa, porque, mientras algunos podrían ver sólo un grupo de policías que nos ponían la bota en la nuca, yo veo además un grupo de bolivianos aplastando a otro grupo de bolivianos. Es decir que el boliviano una vez más en el grabado conocido de enemistad. El boliviano contra el boliviano.

De un lado un grupo de chicos que por aquel entonces confiábamos en que la revolución estaba a la vuelta de la esquina y que por arte de magia los pobres dejarían de ser pobres. Pero a pesar de que sí llevábamos dinamita teníamos esperanzas de un país mejor, sin miedo a perder la vida ya sea de un balazo o entre las rejas.

Felizmente salimos de la cárcel y no me dieron tiempo de arrepentirme de mis ideales, por suerte. Pero en la anécdota también están los policías que básicamente simbolizan el estado permanente de la legalidad, pero también la mediocridad de las cosas. Así hemos ido construyendo al país. De unos contra otros. Con la gran onda de mediocres parapetados en pequeños y miserables puestos de poder, llámese, funcionario municipal, sargento de policía o profesora de salón.  El mismo ser asustado ante el cambio, siempre dispuesto a apretar el cuello a quien amenace el mediocre estado de las cosas.

De ese modo es que nunca nadie puede surgir, porque hay todavía una bota en nuestra cabeza, una bota ideológica, una bota que no quiere aflojar porque las ideas le dan temor. Independientemente de eso, últimamente está de moda decir facho a todo lo que se mueva. Pero me parece bastante fuera de la razón que como pretexto de que por todo el tiempo que hemos andado descalzos lo primero que queramos probarnos en el pie sea un cambio de ojota por bota

Ojalá podamos dejar de tumbar a quien por no caminar quiere volar. Desde ese momento no puedo evitar pensar si sigo allí con la cara en la tierra o es que ya me puse de pie.

 

LA SABIDURÍA DE SALOMÓN.

No soy una persona muy creyente fanático religioso de la biblia y valoro el libro más como literatura histórica pero además simbólica.

Muchas de las historias de la biblia se han ido tergiversando desde su texto original por la transmisión oral, ya que no todos durante toda la historia tuvieron la posibilidad de leerla, tanto porque no había imprenta, como también el analfabetismo.

En la historia real de Salomón, él se pervierte por las vanidades al final de su vida. Pero a mí me gusta más pensar en él como una fábula de sabiduría acerca del abuso del poder.

Quizá sea una intervención arbitraria sobre el hecho bíblico, pero sirve para ilustrar lo que quiero decir.

Antes de ser rey, Salomón no era el único heredero de David. Tenía hermanos y a todos los mandó matar. También lo hizo con el anterior marido de su esposa para quedarse con ella.

Entonces, pensemos en él como alguien realmente poderoso, capaz de deshacerse de cualquiera de sus enemigos, no importa si también son poderosos o ni siquiera si son sus hermanos.

Pero una vez en el poder, Salomón, desconfiando de su propia naturaleza, oró a Dios para que le diera sabiduría. Y Dios, como es Dios, lo perdonó por lo acontecido y le brindó lo que él pedía.

Desde entonces no tuvo necesidad de levantar la espada nunca más y gobernó sin matar a más nadie.

Entonces ¿qué es el poder? Es la capacidad del uso de la fuerza para someter a quienes son contrarios al propio interés, o en su caso los intereses del Estado o la colectividad.

¿Qué es la sabiduría? Es tener la espada a la mano, pero tener la paciencia e inteligencia para no usarla nunca. Es decir, gobernar sin hacer uso del monopolio del poder (¿Max Weber?), ser capaz de matar, pero no hacerlo.

De la sabiduría emerge la justicia, entendida como el gobierno ya no de la fuerza sino de la razón, y la razón como equilibrio de los intereses, la realidad razonable.

Por último, de la justicia emerge la paz.

De tal modo que quien gobierna, ya sea un país, o un aula de universidad a través del miedo, pierde toda razón y toda justicia. Ninguno de sus argumentos puede ser razonables y ninguna de sus acciones justa.

Por tanto, un gobierno de asesinos incuba a sus propios asesinos. Y el maestro nada puede enseñar porque en el miedo de sus estudiantes está la falta de razón de su maestro, la escuela que enseña con miedo es una escuela de idiotas, donde el maestro es el idiota mayor. Y en la calle, por el mismo gobierno del miedo, el policía es la misma cosa que el ladrón, porque el ladrón lleva un cuchillo y la policía una pistola.

La redención es la parte más misteriosa. Pero la aspiración más legítima.

EL CÓNDOR, LAS LLAMAS Y LOS PASTORES

Alguna vez oí hablar de una fábula andina. En ella, un cóndor se lleva a una pequeña llama. Alarmado el pequeño pastor llama a su padre, y le dice: mirá el cóndor, se lleva a una de nuestras llamas, hay que lanzarle piedras.

El padre le dice que no. Porque el cóndor también es un ser vivo, y necesita comer. Si lo maldecimos, el cóndor ser irá diciendo: miserable pastor, no me dejó comer, que pierda todo su ganado.

Pero si le dejamos con alegría, el cóndor se irá diciendo: qué bueno es ese pastor que ha dejado que yo también pueda subsistir. Ojalá su rebaño crezca cada día.

Entonces todo será como lo diga el cóndor.

De igual modo quien pudiendo ayudar no ayuda, sólo se gana las maldiciones de los demás. Quien es envidioso del triunfo ajeno, es víctima de su propio prejuicio.

Este país está lleno de cóndores hambrientos y, también, es sabido, en vía de extinción.

 

 

 

 

 

 

 

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