Hablar de Dios a estas alturas de
la historia, podría, inmediatamente, darnos la categoría de falsos
predicadores; pero ni aún la más falsa aseveración acerca de lo divino borra de
las heridas del alma la necesidad de un destino o la vocación espiritual de
trascender más allá de lo mundano.
El mundo, que por sus dimensiones
fuera desde sí mismo, es extraño para los pequeños seres que lo habitan. Así
cuando Gary Daher se refiere comparativa y semánticamente al término Samaí,
como referencial inmediato de Samaipata, el complejo Arqueológico del oriente
boliviano que aún no he tenido la suerte de conocer, despierta en el poeta la
vocación del canto “versicular” y con ello, el inicio del trabajo espiritual
allí donde descansa el alma de las alturas.
Quien tenga una referencia de
filosofía hermética, comprenderá muy bien las claves de los cánticos y
disfrutará la brevedad como la finalidad de ellos.
Aunque hay un tema central, los
tópicos se van desparramando como migas de pan a lo largo del texto:
1. Sobre la vocación del iniciado, existe
quien permanece quieto y por ello es alguien que duerme en su perdición y no
comprende nada del tiempo. Alejarse del acontecer del mundo es el primer paso
de la perdición. Y esto coincide luego con la metáfora de Prometeo a quien le
devoran el hígado en repetición interminable. El castigo allí equivale al
olvido.
2. El nombre, lo nombrado, el nominar. Entiende por nombre el acto sagrado de
descubrir el mundo y hacerlo real. La magia pura es la palabra que convierte en
sonido cualquier concepción. En otro poema, se aprecia en plena comprensión del
poder de la palabra, el silencio, saber callar y saber descansar las cosas, los
conceptos. En analogía, el poder de la nada se entiende como vacío. La nada
habitable es el mundo y la nada contraria su ausencia. Ir más allá del mundo y
las cosas es estar más allá de esa nada, cuando no hay nada, lo nombrado
desaparece y solo está el silencio, el primer paso a la creación.
3. El corazón y la muerte. Siempre me he
preguntado porque Jesús aparece en las alegorías con el corazón con cuchillas o
el simplemente lacerado. Una pista se encuentra en uno de los poemas del libro.
Ahí se encuentra el corazón luminoso dentro del corazón oscuro. Al mirar la
muerte del corazón oscuro no contemplamos la fuerza del corazón luminoso que
nos permite verlo. La misión humana consta de poder llegar al nacimiento de su
corazón luminoso. En el corazón habita la conciencia. Hay en el libro un viaje submarino
al corazón. Un viaje por sangre espesa.
4. La contra razón y el contra instinto.
En la razón se encuentra la razón del vicio así como en el no razón se
encuentra la no razón de la virtud. Pensar en ello es el paroxismo del sofisma.
Vencer al cuerpo no con la razón sino con el espíritu.
5. Transmutación de seres. Existe en el
libro una fijación del autor con los felinos como guardianes del fuego y de la
búsqueda. Esta migración del ser nos ubica en un rango ulterior a la concepción
del ser y nos empuja a la existencia de
los seres en el ser como autoconocimiento.
6. La existencia múltiple. Cuando dice
“también soy mis padres y los hijos de mis hijos”. Es el hombre en la
repetición de sí mismo. En otras vidas y en aparentes otras conciencias, es el
mismo ser universal que se repite y la nueva oportunidad de salir del circulo
vicioso también se repite. Podría entenderse desde ese punto de vista que la
reencarnación es la existencia múltiple. Volviendo a la metáfora del corazón
oscuro y el corazón luminoso se entendería que a la luz del corazón luminoso se
entiende el corazón oscuro, es decir “ser el ser observado”. Ahí está la
ilusión de la puerta y del espejo en la que la contemplación se entiende por
sus efectos y no por sus causas. Así los seres múltiples son un solo ser, el
ser primigenio, el ser de la luz que permite que los demás seres podamos
entender que existimos. Pero solo existe la refracción del primer ser.
7. Samaí. Al comenzar el texto, el autor
nombra un solo samaí con diferentes acepciones: en la India se dice a una
lámpara ceremonial de aceite; en turco, Alimento del alma; en la biblia, mi
nombre o mi vestido; en quechua (traduce Gary) como espíritu o descanso, y
“pata” de arriba, así samipata es “el espíritu de lo alto”, como también
pudiera ser “el lugar donde descansa el alma de las alturas”. O simplemente el
alma. El lugar donde no existe el mundo o lo mundano, allí el “nombre” es
pleno: el presente absoluto/ donde tu nombre lo abarca todo/ me salva del
horror del mundo.
De las existencias múltiples a
las realidades múltiples, pasando por el amor, puertas, espejos y otras metáforas,
sin olvidarse de dar pasos felinos y brevedades de libélula, cruzamos la senda
del Samaí. Ya en la paz, la realidad surge de la nulidad. El hombre nulo y
expectante.
Sergio Gareca
Oruro, agosto 2014
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