En pocas ocasiones volvemos regresamos en el tiempo
a mirar a los premios más prestigiosos de nuestro país, menos aún, a quienes no
obtuvieron los primeros premios, sino menciones. ¿Quién ganó el Franz Tamayo en
1981, por ejemplo? Eso nos hace pensar ya dudosamente en la trascendencia de
las obras ganadoras y de los mismos Premios.
Una de las obras más relevantes del Premio Yolanda
Bedregal, que repetidamente se ha sostenido entre las obras finalistas y que
además, motiva a su lectura actual y que con seguridad marcará presencia en el
futuro es la de Eduardo Nogales. Por eso he de referirme brevemente a las tres
obras finalistas del Yolanda Bedregal de los años 2001, 2002 y 2004.
En los tres maravillosos libros: El Jardín de las lentitudes, El último
Cabaret y El Humo del paraíso; se respira un aire de Anti Humanidad, Anti
Civilización, una contra eternidad y la animalidad vital que habita el paisaje,
que más que nada es nostalgia.
El jardín de las lentitudes es, ante
todo, un canto de libertad; la libertad como un despojo de todo (la humanidad
incluida), que propone como sanación única la nada o el paisaje. Porque el
poeta (que actúa primero como un espectador), es quien nada tiene, y quien nada
tiene ve en el que tiene (el paisaje), su pobreza. De ahí nace una nostalgia
por un origen, una pacarina (simbólicamente en el mundo andino hueco de donde
nacen los dioses y la vida, en el caso de Eduardo Nogales este hueco pudiese
ser el cielo), un lugar donde uno puede llegar a estar con uno mismo. Particularmente
tuve un gozo especial al leer este libro pues lo leí a orillas del Uru Uru, que
es precisamente el paisaje que se describe en el libro. Allí es mucho más fácil
comprender el juego de distancia y cercanía que se va repitiendo en los poemas.
Pasa lo mismo con los reflejos del paisaje, el desierto de afuera con el
desierto de adentro. Y aún así, el desierto es vida, porque la vida es
acontecer en el paisaje, donde no hace falta saber del ser porque todos somos,
en pocas palabras lo físico llega a ser la abstracción del pensamiento. Así propone
anular el lenguaje, pues es un desierto de ideas, pero no un paisaje. Porque la
naturaleza es completa, pero nada más que ella. El lenguaje nos permite
extremos como la mesura y la desmesura, pero todo ser en el paisaje es un ser
equilibrado, el paisaje es inmutable, la verdad que está, la verdad que es. El ser
humano occidental es el antipaisaje. La lucha entonces en la poesía de Nogales
es el triunfo del hombre del paisaje, el hombre permanente, el hombre memoria
que honra la Tierra, y este hombre no es otro que el hombre Uru.
“La palabra
es el otro hombre
Del ser
desasido del tiempo”
El ser humano no entiende, duda y por dudar razona,
no comprende la certeza del paisaje. Es lo que le da una dicotomía perversa,
porque es real, por estar en el mundo, pero ilusorio para sí mismo.
En El último Cabaret,
la mismidad, es un concepto recurrente. Este concepto también hizo su parte en el
libro anterior. Así podemos deducir que el último cabaret es la misma casa, el
regreso. Porque la nostalgia vive en todo el poemario, así como un excelente poder
de definición. La conversación con su clima ideal, el bar. Ahí con la presencia
del tiempo y la construcción permanente de antihumanidad.
Desde entonces
y para negar las ilusiones
A pesar de la
cifra de los atardeceres y los libros
La tierra
sería una taberna
Un arrabal
Y una letra
más entre las cosas y los símbolos.
A partir del verso podemos identificar la necesidad
de una simbología propia que existe antes y luego del texto como: Musgo, como
equivalente a su primera intuición poética, la infancia la vida en lo
inhabitable; o, ángel, equivalente a un estado mágico, también la niñez.
Este simbolismo se fortalece en El humo del Paraíso, con conceptos como
el aire: única relación con el mundo, respirar; la serpiente como la imposibilidad,
a anulación del tiempo; el insecto equivalente al pensamiento, la incapacidad
de comprender lo grandioso o absoluto; y el que más me gusta el
rinoceronte que equivale a la fuerza de
la imaginación. Así todos estos
conceptos logran una sinonimia selectiva;
sin acusar diferencias ni sentados. Los seres están presentes física y
simbólicamente.
En este libro la primera necesidad es lo divino, el
contacto con la creación o lo creado en su primer estado; la segunda, corregir
el propio ser. La tercera necesidad es
el amor (simbólicamente la golondrina, que en el anterior libro estaba en el
bar), el amor es la nostalgia.
El poema es la guerra, de esa guerra queda humo,
desastre. Ese humo, el humo del paraíso es la poesía y por poesía la soledad. La
humanidad es el paraíso encendido, y su lenguaje es el humo de esa maravilla
destruida.
También ha construido una existencia en tiempos
múltiples, un universo personal histórico con dilemas personales: 1º la
contemplación de la realidad, 2º el lenguaje como simple referencia de la
realidad, 3ºel tiempo y su estado impreciso, 4º la diferenciación del hombre
por el lenguaje, la humanidad en su insignificancia 5º la exaltación de las
virtudes oscuridad, tristeza y locura, que permiten acercarse y adentrarse en
el paisaje; 6º la paradoja sapiencial, la sabiduría que es incomprensión y que
es lo contrario de lo que desea ser, porque el ser humano es un necesitado de
sabiduría pero a la vez es el ser que desconoce todo, el ser que miento y
depende de la mentira, el ser maldito. 7º la nostalgia del uno mismo, que es y
ya no. 8º la palabra como pre-sentimiento, no como el sentimiento mismo.
El poeta se consciente como ermitaño solo, fruto de
la ausencia, el héroe extraño, el solitario, aquél que construye un imperio
triste; el cuidador de la maravilla, el sabio consciente del regreso y del
tiempo, de lo imposible. .
Es al principio de este poemario, donde se revela
la poesía, en general y la suya en particular
Debo exaltar también la fidelidad de la
poesía con el conocimiento primitivo
La metáfora y el significado salvajes
preservan el vocablo de la correspondencia entre el universo viviente, las
dimensiones sensibles y el pensamiento, que tratan, apenas, de traducir, la
ilegible potestad de lo extraño.
Por esta, y otras tantas razones, Eduardo Nogales
es un poeta difícil de matar, por antihumano, porque su poesía es poesía
viviente, no existencial, sino existente y perdurará porque conforman una
unidad de vida y tiempo, porque es una escritura a su propia ausencia.
SERGIO GARECA
Oruro, mayo 2015