jueves, 14 de mayo de 2015

LA FUERZA DEL RINOCERONTE EN EL PAISAJE: Apología a EDUARDO NOGALES





En pocas ocasiones volvemos regresamos en el tiempo a mirar a los premios más prestigiosos de nuestro país, menos aún, a quienes no obtuvieron los primeros premios, sino menciones. ¿Quién ganó el Franz Tamayo en 1981, por ejemplo? Eso nos hace pensar ya dudosamente en la trascendencia de las obras ganadoras y de los mismos Premios.

Una de las obras más relevantes del Premio Yolanda Bedregal, que repetidamente se ha sostenido entre las obras finalistas y que además, motiva a su lectura actual y que con seguridad marcará presencia en el futuro es la de Eduardo Nogales. Por eso he de referirme brevemente a las tres obras finalistas del Yolanda Bedregal de los años 2001, 2002 y 2004.

En los tres maravillosos libros: El Jardín de las lentitudes, El último Cabaret y El Humo del paraíso; se respira un aire de Anti Humanidad, Anti Civilización, una contra eternidad y la animalidad vital que habita el paisaje, que más que nada es nostalgia.

 El jardín de las lentitudes es, ante todo, un canto de libertad; la libertad como un despojo de todo (la humanidad incluida), que propone como sanación única la nada o el paisaje. Porque el poeta (que actúa primero como un espectador), es quien nada tiene, y quien nada tiene ve en el que tiene (el paisaje), su pobreza. De ahí nace una nostalgia por un origen, una pacarina (simbólicamente en el mundo andino hueco de donde nacen los dioses y la vida, en el caso de Eduardo Nogales este hueco pudiese ser el cielo), un lugar donde uno puede llegar a estar con uno mismo. Particularmente tuve un gozo especial al leer este libro pues lo leí a orillas del Uru Uru, que es precisamente el paisaje que se describe en el libro. Allí es mucho más fácil comprender el juego de distancia y cercanía que se va repitiendo en los poemas. Pasa lo mismo con los reflejos del paisaje, el desierto de afuera con el desierto de adentro. Y aún así, el desierto es vida, porque la vida es acontecer en el paisaje, donde no hace falta saber del ser porque todos somos, en pocas palabras lo físico llega a ser la abstracción del pensamiento. Así propone anular el lenguaje, pues es un desierto de ideas, pero no un paisaje. Porque la naturaleza es completa, pero nada más que ella. El lenguaje nos permite extremos como la mesura y la desmesura, pero todo ser en el paisaje es un ser equilibrado, el paisaje es inmutable, la verdad que está, la verdad que es. El ser humano occidental es el antipaisaje. La lucha entonces en la poesía de Nogales es el triunfo del hombre del paisaje, el hombre permanente, el hombre memoria que honra la Tierra, y este hombre no es otro que el hombre Uru.

“La palabra es el otro hombre
Del ser desasido del tiempo”

El ser humano no entiende, duda y por dudar razona, no comprende la certeza del paisaje. Es lo que le da una dicotomía perversa, porque es real, por estar en el mundo, pero ilusorio para sí mismo.

En El último Cabaret, la mismidad, es un concepto recurrente. Este concepto también hizo su parte en el libro anterior. Así podemos deducir que el último cabaret es la misma casa, el regreso. Porque la nostalgia vive en todo el poemario, así como un excelente poder de definición. La conversación con su clima ideal, el bar. Ahí con la presencia del tiempo y la construcción permanente de antihumanidad.

Desde entonces y para negar las ilusiones
A pesar de la cifra de los atardeceres y los libros
La tierra sería una taberna
Un arrabal
Y una letra más entre las cosas y los símbolos.

A partir del verso podemos identificar la necesidad de una simbología propia que existe antes y luego del texto como: Musgo, como equivalente a su primera intuición poética, la infancia la vida en lo inhabitable; o, ángel, equivalente a un estado mágico, también la niñez.

Este simbolismo se fortalece en El humo del Paraíso, con conceptos como el aire: única relación con el mundo, respirar; la serpiente como la imposibilidad, a anulación del tiempo; el insecto equivalente al pensamiento, la incapacidad de comprender lo grandioso o absoluto; y el que más me gusta el rinoceronte  que equivale a la fuerza de la imaginación.  Así todos estos conceptos logran una sinonimia selectiva;  sin acusar diferencias ni sentados. Los seres están presentes física y simbólicamente.

En este libro la primera necesidad es lo divino, el contacto con la creación o lo creado en su primer estado; la segunda, corregir el propio ser. La tercera  necesidad es el amor (simbólicamente la golondrina, que en el anterior libro estaba en el bar), el amor es la nostalgia.

El poema es la guerra, de esa guerra queda humo, desastre. Ese humo, el humo del paraíso es la poesía y por poesía la soledad. La humanidad es el paraíso encendido, y su lenguaje es el humo de esa maravilla destruida.

También ha construido una existencia en tiempos múltiples, un universo personal histórico con dilemas personales: 1º la contemplación de la realidad, 2º el lenguaje como simple referencia de la realidad, 3ºel tiempo y su estado impreciso, 4º la diferenciación del hombre por el lenguaje, la humanidad en su insignificancia 5º la exaltación de las virtudes oscuridad, tristeza y locura, que permiten acercarse y adentrarse en el paisaje; 6º la paradoja sapiencial, la sabiduría que es incomprensión y que es lo contrario de lo que desea ser, porque el ser humano es un necesitado de sabiduría pero a la vez es el ser que desconoce todo, el ser que miento y depende de la mentira, el ser maldito. 7º la nostalgia del uno mismo, que es y ya no. 8º la palabra como pre-sentimiento, no como el sentimiento mismo.

El poeta se consciente como ermitaño solo, fruto de la ausencia, el héroe extraño, el solitario, aquél que construye un imperio triste; el cuidador de la maravilla, el sabio consciente del regreso y del tiempo, de lo imposible. .

Es al principio de este poemario, donde se revela la poesía, en general y la suya en particular

Debo exaltar también la fidelidad de la poesía con el conocimiento primitivo
La metáfora y el significado salvajes preservan el vocablo de la correspondencia entre el universo viviente, las dimensiones sensibles y el pensamiento, que tratan, apenas, de traducir, la ilegible potestad de lo extraño.

Por esta, y otras tantas razones, Eduardo Nogales es un poeta difícil de matar, por antihumano, porque su poesía es poesía viviente, no existencial, sino existente y perdurará porque conforman una unidad de vida y tiempo, porque es una escritura a su propia ausencia.

SERGIO GARECA
Oruro, mayo 2015  

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