“Si
hablas mueres. Si no dices nada, mueres. Así pues, habla y muere.”
Tahar
Djaout
Antes de escoger una temática
específica, que pudo haber sido, entre otras cosas un par de escritos como “la
perdida de significación de los paradigmas culturales”, o “la negación de la
innovación”, considero que era urgente una pregunta básica dentro de un
congreso, específicamente el Congreso De Culturas En Movimiento.
Esa pregunta es ¿Para qué asistimos?
O ¿qué hacemos ahí? Desde luego se corría el riesgo de asistir a otra de tantas
veces en que uno dice lo que necesita y se ocupa de soñar y todo termina en un
ejercicio de terapia psicológica. Un sacrificio más en el altar de la esperanza.
Por eso entendimos el congreso
inicialmente como una Acción política de confrontación con el poder público. No
porque el Estado haga cultura por sí mismo sino porque se pone una soga
ideológica al cuello llamada “revolución cultural”, de la cual nos debe varias
explicaciones. Penosamente, y como era natural el Ministerio abandonó sin
siquiera mover un peón.
La confrontación no podía ser de
otra manera más que a través de la verdad descalsa y desnuda de quienes nos
ocupamos en el quehacer cultural cada día, ya sea como gestores, como público y
como creadores o investigadores. Es una confrontación y no otra revolución
porque la revolución se hace sin permiso. Por tanto no podíamos salir de hacer
una intervención del todo discursiva y no puramente teórica. Por eso en este
pequeño escrito agrupamos las ideas lanzadas en el auditorio y alguna que otra
más.
Evidentemente el poder público y
nosotros somos dos culturas diferentes. Ellos son la cultura de lo imposible, y
está plagada de funcionarios que gracias a la ley SAFCO y otras cuidan las
nalgas aplastadas en sillón de su oficina y no se atreven a nada. “No se puede”
es en la mayoría de los casos la médula de su servicio público. En cambio
nosotros somos la cultura de la posibilidad, la de quienes hacen de lo
imposible posible, de quienes miran en un basurero elementos para una
escultura, en la chatarra, en el papel, en la naturaleza, en todo lo que hay
alrededor hallar una razón para los conflictos profundos y triviales del ser
humano.
El tronco temático del congreso
era definitivamente la ley de culturas. En lo que se engaña el poder público es
en pensar que legisla para nosotros, cuando lo que nos incomoda más es tener
que tener una base jurídica para soñar. La ley es para los idiotas, los que no
tienen capacidad de pensar por sí mismos y que forman la gran masa de la
sumisión, que justifica el gasto burocrático de un estado que se llama
revolucionario e indígena y que se maneja de la manera más romana posible.
Antes de mi intervención,
sazonando el menjunje post moderno, Amaru Villanueva, en representación además
de un “desde el Estado”, nos dijo dos cosas interesantes. Resumidamente: Una
(de lo que se pudo a medias entender), que los fenómenos culturales escapan
pues a nuestro entendimiento pleno. Y segunda que no les corresponde a los
artistas o actores culturales sectorizarse ni tomar partido dentro de una
acción política.
En la primera, tenía plena razón,
porque los fenómenos culturales tienen una dinámica propia, cuando menos en su
ser intrínseco que es prácticamente incontrolable. Por eso el tema en discusión
no es precisamente la cultura, sino la economía, y el ejercicio del poder
desde y hacia las culturas.
En la segunda, ha sido una
afirmación osada. Porque el sector cultura (porque í existe un sector), está
conformado, me animo a decir, por tres tipos de personas: las primeras a las
que les vale cohete cualquier tipo de filiación, congreso, sindicato y demás.
Ellos, desde luego no asistieron al congreso. Las segundas, que recién están
amaneciendo a la coexistencia cultural y que piensan que nos reunimos para
dibujarnos corazones en la piel (quizá hayan asistido). Las terceras, que son
un montón de sindicateros parlanchines y rompebolas (grupo al que pertenezco y
que inminentemente eran la mayoría de asistentes al congreso).
Entonces como el debate no se
basa en un fenómeno puramente cultural sino económico y sobre todo político. Entiendo
que cuando me dice que el estado trata (aunque al parecer no está tratando lo
suficiente), de incluir en su política pública el problema cultural no lo
consigue, y por tanto dentro de su monopolio político no tenemos la suficiente
relevancia como para ser una prioridad, y como además ni siquiera, por
naturaleza intrínseca, tenemos derecho a agruparnos, somos sujetos
políticamente inexistentes. Por tanto sin derecho al trabajo, ni a formación,
ni salud y menos vivienda.
Cuando le dije a mi querido
hermano Jaime Achocalla, Vamos al congreso, me dijo: ¿congreso de artistas? Yo
no conozco ninguno. Vos eres abogado, yo soy profesor, la Nelly panadera.
En resumidas cuentas me decía que
esa es nuestra existencia en el mundo real. O mejor en el mundo oficial.
Políticamente, la actitud estatal
solo puede ser solventada por su ignorancia. Por su carencia de referentes. Si
supuestamente es un gobierno socialista sus inmediatos anteriores serían Cuba y
la Unión Soviética. O si no ¿por qué Casa de las Américas o por qué el Bolsoi? Recorriendo más, podemos encontrar
a Robespiere que literalmente perdió la cabeza por la ilustración. Porque la
Cultura es parte de una hegemonía política, cualidades que como pueblo y
culturas, estamos en condiciones de tener una fortaleza increíble. Pero no les
es familiar Alejandría. Ni siquiera, si es que mis ejemplos son muy lejanos,
tienen en cuenta que la primera condición para ser Amauta era ser poeta. Y es
que no somos una masa votante de interés. Por tanto en el futuro de esta época
de bonanza económica solo quedaran las ruinas de su estupidez.
Económicamente todos conocemos el
despilfarro en pos de la nada. Y esto corresponde a que si existe un monopolio
industrial, una multiplicación de dinero a través de las obras civiles, que
además están diseñadas para que su vida útil sea lo suficientemente corta para
que puedan recontratar a las empresas. Como tampoco les representamos una
industria desechable, se nos soslaya.
Mucho hemos tratado en encuentros
sobre estos dos aspectos y conocemos, creo varias respuestas y proposiciones
que presentan soluciones. De esto nos ocuparemos seguramente en otro escrito.
Sin embargo creo que les hemos creado el temor de que si se sientan en una mesa
con nosotros vamos comernos como a la abuela de caperucita. Pero no les
causamos preocupación. Porque no somos un sector conflictivo. En EEUU, al
sentir una amenaza ideológica, cuando menos el gobierno drogaba a los hippies.
A nosotros no nos toca ni eso.
La desconfianza que tenemos a
nuestros encuentros y al poder público tiene larga data. Y es solo el efecto de
lo inmaduro que se arma nuestro movimiento por lo difícil que es poder unificarnos.
Creo que el principal recelo con
la ley fue que se construyó mediante un cuerpo de gestores en base a telartes,
por eso se propuso formar una comisión revisora de intervención inmediata, para
que no exista ese temor de aprobar una ley pre-fabricada. Este recelo es el que
nos impide poder crear un hueco en el sistema, porque se ha tardado mucho en
conseguir las condiciones necesarias para esto.
Pero no se pierde nada.
Políticamente, como siempre, nos queda la acción independiente. Económicamente,
la subsistencia. Creativamente, desde luego, la posibilidad de lo imposible.
SERGIO GARECA
NOV. 2015