Volviendo de un encuentro
intenacional de poesía en Argentina, Verónica L. Vargas no se puede estar
tranquila y nos presenta una nueva muestra con una instalación en el Salón
Valerio Calles. En general, este año ha sido bastante fructífero para nuestra
artista.
Seguramente por tener que dar un
nombre a lo innombrable se ha improvisado el nombre de la instalación como
“Mujer, espacio y tiempo”. A mi modesto entender la carga abstracta de la obra
la distancia mucho de los conceptos espacio y tiempo. Ambas condiciones son
propias de cualquier fenómeno.
Del espacio, porque no es una
obra que trate de un espacio geográfico determinado y mucho menos de la
relación del sujeto, en este caso la
mujer, con ese espacio. Esto le otorga una primera universalidad. Una lectura
que podría hacerse en cualquier otro lugar de la tierra de manera similar.
Del tiempo, porque especificar
que vivimos en una era post- esto y post- aquello, a punto de la post
industria, como fenómeno de fabricación general de metales, y los metales como
símbolo de aquel fenómeno.
Así nos queda el concepto mujer
que dentro de la obra se halla simbolizado por un maniquí de vestido blanco,
manchado de rojo, sin cabeza o que por cabeza tiene una jaula de alambre de púas
con llaves colgantes encerrando un ave de porcelana acurrucada en su
nido, esta mujer se yergue sobre un lecho de botones con el bajo vientre
abierto y expuesto con otro nido de púas donde muere, a través de la duración
de la muestra, una rosa blanca también manchada de rojo. Todo en una gruta de
enredaderas de alambre de púas con rosas atadas.
En amplitud, el último concepto
que nos queda, mujer, es tomado como un ser existente en un mundo opresor a la
condición misma de mujer. Sin embargo, esta opresión sexual con relación al
exterior, pudiese o no ser característica de una mujer. Lo que parece ser un
estancamiento en la fijación de un solo sexo como víctima de la opresión. Si
partiécemos de un punto de vista mucho menos arraigado y libres de pretextos
sobre la obra, tranquilamente podríamos darle una lectura travestista de
acuerdo a la falta de identidad y rostro del maniquí. Pero dado el caso nos
abstraemos también al mundo de la autora y debemos partir de esta presión de
acuerdo a los términos que nos propone.
La mayor riqueza de la muestra es
su potencia metafórica. Y dentro de ella
la lucidez en la sobriedad en el manejo de sus símbolos. Veamos un par
de ejemplos. El alambre de púas puede hacernos pensar en prohibición, propiedad
y peligro. A pesar de que la intención, parece ser clara, demostrar desde
adentro hacia afuera la realidad de la mujer. No se puede evitar el efecto
contrario; ingresar al mundo de la
alegoría. En tal caso prohibición, propiedad y peligro tienen un efecto dual.
Exteriormente: la mujer prohibida, la mujer propia de alguien, la mujer
peligrosa. Interiormente: la mujer prohibida de ser mujer, la mujer apropioada
por alguien o algo y la mujer que corre peligro si se libera.
A esto debemos sumarle la
presencia de las rosas entre las púas, en un juego perfecto de alusión a los
tallos naturales de las rosas con ls espinas de los alambres, creando posible
el mundo imposible de coexistencia de conceptos como belleza, naturalidad,
fertilidad, plenitud con otros tan represivos.
La cabeza del elemento central,
el maniquí, nos conduce a la vez a entender que entre las púas la libertad esta
en ella misma, por las llaves y el ave dormida alienta al pensamiento de la
misma manera.
Hay varios elementos repetidos de
su anterior instalación, y que de seguro son el trabajo de consolidación de un
mundo propio y que englobará esta época de la artista. Sin embargo todo el
trabajo es ya referencial en nuestro medio.
SERGIO GARECA
Oruro , noviembre 2015
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