Imaginemos una fiesta. En esta
fiesta hay asado. Durante mucho tiempo la ciencia y el conocimiento han
asistido a esa fiesta, también los fanáticos de la ciencia y el conocimiento.
A mediados del siglo pasado la
fiesta se había elitizado (y seguramente también etilizado). Desde luego mucha
gente quedó fuera. La cultura occidental ya había renegado lo suficiente de sí
misma para ese tiempo. Las vanguardias artísticas aplastaron inmisericordemente
todo cuanto pudieron y el existencialismo ya nos había dicho que es bastante
molesto es existir. Mientras una rama del pensamiento entraba de cabeza a la
tecnología, la filosofía se abandonó a abstracciones escatológicas.
En ese escenario quienes quedaron
fuera de la fiesta, empezaron a mirar más allá de sus narices arias, y se
consolidaron, entre otros, los estructuralistas y constructivistas dándole a la
retórica científica la jerigonza que hoy les caracteriza, además de su afán
neologizador, su complejo de un nuevo comienzo, la construcción de una
narrativa creíble de la realidad, y decidieron hacer su propia fiesta.
Se dijeron a sí mismos “No nos
dejan entrar a su fiesta y haremos otra mejor”. Pusieron un letrero grande en
la fiesta, celebrando la muerte del academicismo como era conocido y
prometieron el nuevo origen de la ciencia y la cultura. Es decir, el asado. Fue
entonces donde llegaron por montones, revistas, libre pensadores y otros que,
resumiendo, llegan a ser todos esos hippies que enredados en el new age se
dedicaron a hablar de todo lo que fuera posible mientras servían el asado. Pero
el asado nunca llegó y aún hoy no ser ponen de acuerdo en quién debe ir a
comprar la carne o prender el carbón ni nada. Algunos han llegado al extremo de
convertirse al vegetarianismo.
Posteriormente muchos de ellos,
se dieron cuenta que necesitaban comer, que como cultura libre y comunal eran
pésimos trogloditas así que se amarraron las coletas y se dedicaron a dar
clases en las universidades, y como un buen sindicato inventaron con el tiempo,
maestrías y post doctorados, sobre casi cualquier cosa, a fin de mantenerse en
la cumbre del nuevo conocimiento cuyo axioma máximo es “Todo está mal hasta
este punto de la historia, menos yo, que digo que todo está mal”. Y así sigue la fiesta sin que nadie sirva el dichoso
asado.
En nuestro país también los
hippies llegaron tarde, cansados de que la élite del pensamiento boliviano aún
influido por el nacionalismo (sin que esto quiera decir que es un buen asado),
se reformaron y consiguieron lindos y bellos trabajos en los años ochenta junto
a las ong´s. Por entonces se planteó un purismo estratégico como instrumento de
liberación basado en la negación pura y simple del conocimiento universal (s
decir de la fiesta con asado) y la “revalorización” ancestral.
Con el tiempo el discurso,
pluricultural y descolonizador se fue oficializando (Veamos la Constitución de
1994), hasta llegar al punto en el cual vivimos donde el discurso liberador es
un pretexto para que se justifiquen las viejas prácticas y convenciones de
dominación. Todo proyecto gubernamental, por ejemplo, pasa por el concepto de
cambio de realidad, acorde a la metodología de aquellas Ong´s y bajo un disfraz de intelectualidad
izquierdista.
Cumplido el objetivo de construir
una narrativa eficiente, eficaz para la estabilidad del poder se sientan a la
mesa. Pero aún no hay asado. Hay un cuento acerca del asado que va a llegar. O
un cuento sobre el asado que se nos dice ya comimos.
Pero aquí estamos a estas alturas
de la historia, ojalá fuera masticando charque, observando el circo de futbol,
telenovela y política, con dos
invitaciones a festejar. La primera fiesta se ha vaciado, pero allí aún están comiendo
asado. Y está la otra. La postmodernidad.
Sergio Gareca
Diciembre 2016