Yo no sabía que había una ciudad llamada ciudad Darío. No sé
cómo podría imaginarse la selva azul y su misterio. Así se llama la ciudad que
alguna vez fue Metapa en Guatemala, lugar del nacimiento del Poeta Rubén Darío
y que hoy lleva ese nombre, este año conmemoramos cien años de la muerte del
vate, como lo han hecho en muchas partes del mundo, en el Japón tan distante
como en el VII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE),
celebrado en San Juan de Puerto Rico, cuya importancia reside en la Edición
conmemorativa de Prosas profanas y otros poemas (1896), Cantos
de vida y esperanza. Los cisnes y otros poemas (1905) y, en
prosa, Tierras solares (1904). Y aunque de saberlo, se me
hacen agua los ojos, no hemos tenido noticia de ello por nuestras tierras.
En ocasión de este centenario el Club del Libro “Milena
Estrada Sáenz” ha organizado un evento de homenaje. Con ese grato motivo he de
tratar de remontar a otra ciudad imaginaria, llamémosla también Darío mediante
las alas del Simbolismo.
El término “simbolismo” se remonta al manifiesto publicado
por J. Moréas en el suplemento literario de Le Figaro (1886) y la fase de mayor
actividad del movimiento se sitúa entre 1885 y 1897. Entre los diez y veinte
años de Rubén Darío.
Cuatro son los nombres más representativos de Francia en este movimiento y son los llamados poetas
malditos Charles Boudelaire, Verlaine, Rimbaud y Mallarmé.
De Baudelaire, “cuyas Flores del mal (1857) contenían ya en germen sus postulados
esenciales: oposición declarada al realismo, al positivismo y al espíritu
científico y concepción del mundo como un misterio que el poeta ha de desvelar
alterando su inteligibilidad, suspendiendo el juicio lógico y penetrando en los
dominios del ensueño y del subconsciente. La obra de Baudelaire, además,
lograba la síntesis de las dos tendencias fundamentales del movimiento: una
dimensión parnasiana, a través de la búsqueda de una belleza ideal, y otra
decadente, manifestada en la atracción por lo artificial y lo perverso.”
Así como de las frases terminantes “No nombrar, sugerir” de Mallarmé
y “Ante todo, la música” de Verlaine podemos encontrar las influencias, sobre
todo Verlainianas de Rubén Darío, quien conoció personalmente a Verlaine en
1893 a los 26 años.
Antes de la voz exponencial de Darío, se sentía dentro de la
poesía castellana un cansancio, y exigía una urgente dosificación de energía y
frescura, que sólo fue hallada por esta influencia, cuyos rasgos fudamentales
son:
De acuerdo al concepto:
La búsqueda de la verdad escondida, es decir “el símbolo” se apoya
en las correspondencias secretas de la naturaleza.
La imaginación como la manera más auténtica de interpretar la realidad.
La imaginación como la manera más auténtica de interpretar la realidad.
La espiritualidad cercana al misticismo y lo oculto.
La fantasía, la intimidad y la subjetividad exaltada
De acuerdo a la técnica:
La música de las palabras
La libertad de Prosificación
Estas influencias se dejaron sentir luego de la publicación de
Azul en 1888.
El crítico Boliviano Rivera Rodas sitúa a Darío, en su
magistral ensayo “Cinco momentos de la Lírica Hispano americana”, dentro del
segundo momento, es decir, con la POESÍA DE REVELACIÓN; apuntando precisamente
estas características aclarando que es la imagen que resurgir el concepto
clásico de la naturaleza donde Darío es “el explorador de fenómenos y
manifestaciones que se originan más allá de lo inmediato”.
El poeta está dotado de una actitud reflexiva frente a la
realidad, y encuentra en la mujer “el símbolo substancial” de su poesía. Es “un
restaurador de la naturaleza en la lírica”, es decir “desentraña el misterio de
las cosas naturales”.
Toda su obra es la
transición en la lírica hispanoamericana de
la visión subjetiva a la visión objetiva, con dos modos de aprehender la
realidad externa: representaciones o percepciones, mediante la emoción o la
imaginación, que tomará un curso conceptual o metafórico.
Culminaremos con una última observación de Rivera Rodas:
“La visión subjetiva Maneja el lenguaje del significado
hacia el significante; la visión objetiva, en cambio, parte del significante
hacia el significado”.
Antes de regresar de la ciudad donde la imaginación se
potencia, demos un último paseo por la lectura de Divina Psiquis.
Sergio Gareca 2016
XIII
DIVINA
PSIQUIS
I
¡Divina
Psiquis, dulce mariposa invisible
que
desde los abismos has venido a ser todo
lo que
en mi ser nervioso y en mi cuerpo sensible
forma
la chispa sacra de la estatua de lodo!
Te
asomas por mis ojos a la luz de la tierra
y
prisionera vives en mí de extraño dueño:
te
reducen a esclava mis sentidos en guerra
y
apenas vagas libre por el jardín del sueño.
Sabia a
la Lujuria que sabes antiguas ciencias,
te
sacudes a veces entre imposibles muros,
y más
allá de todas las vulgares conciencias
exploras
los recodos más terribles y obscuros.
Y
encuentras sombra y duelo. Que sombra y duelo encuentres
bajo la
viña en donde nace el vino del Diablo.
Te
posas en los senos, te posas en los vientres
que
hicieron a Juan loco e hicieron cuerdo a Pablo.
A Juan
virgen, ya Pablo militar y violento;
a Juan
que nunca supo del supremo contacto;
a Pablo
el tempestuoso que halló a Cristo en el viento,
ya Juan
ante quien Hugo se queda estupefacto.
2
Entre
la catedral y las ruinas paganas
vuelas,
¡oh Psiquis, oh alma mía!,
-como
decía
aquel
celeste Edgardo,
que
entró en el Paraíso entre un són de campanas
y un
perfume de nardo-.
Entre
la catedral
y las
paganas ruinas
repartes
tus dos alas de cristal,
tus dos
alas divinas.
Y de la
flor
que el
ruiseñor
canta
en su griego antiguo, de la rosa,
vuelas,
¡oh, Mariposa!,
a
posarte en un clavo de Nuestro Señor.
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