lunes, 29 de enero de 2018

JARDINES DE TLACOC DE GARY DAHER



Tlacoc, que etimológicamente significa “el néctar de la tierra” es el dios tolteca de la lluvia y el relámpago, el señor del tercer sol, quien nos da la bendición de la lluvia y también en su caso el castigo de las inundaciones y otros desastres naturales. Analizar la simbología esotérica de Tlacoc, es ya un desafío, tanto por su riqueza, cuanto por el interés que provoca. Señalando solo algunos apuntes, Tlacoc vive en el mundo causal, un mundo escatológico, donde están las primeras causas de las cosas, con un dominio absoluto sobre el elemento agua. A pesar de ser dios del tercer sol vive en una casa lunar. Dentro de un esquema tetralógico del universo, vive en el paraíso en la parte oriental del cosmos. La pregunta que ahora viene es ¿cómo es que Gary Daher llega hasta la puerta de esos jardines?
Dividido el libro en siete partes la primera “situación en dos pasos”, toma como punto de partida el “Sí mismo”, la experiencia de ser en el tiempo y en el lenguaje. Por experiencia misma el error. La aceptación de los errores asume la toma de conciencia sobre sí. Quema el pasado en un intento de abandono y como un sacrificio para empezar de nuevo.
En la segunda parte “la otra edad”, toma un segundo punto de partida un suceso histórico familiar referencial, así como otro del recuerdo propio, también un homenaje a la amistad. Hasta aquí cada poema es un ejercicio de olvido. Circunstancias que da a manera de sacrificio. Sin embargo son un olvido insatisfecho. Son las últimas cosas a las que se ve aferrado, los últimos arraigos, hasta que llega la señal, el ave como una presencia de algo más relacionado con el cielo, y, en esto, halla un anuncio, el indicio de la lluvia.
En la tercera parte “Mínima constancia” reconoce que ha emprendido un camino, esto tiene una total relación con su libro anterior. El poeta es un hombre con y sin destino. Un caminante que anhela ese sitio donde llegar ese último altar, sin embargo aún es un caminante. Y se ve a sí mismo así constantemente. Es el perdido buscador.
En la cuarta parte “Colmena”, se descubre el desierto metafórico de la anterior parte describiendo la pobreza de la vida en las ciudades actuales y la sustitución de la naturaleza tanto por tecnología cuanto más por nuestra fatuidad humana.
En la quinta parte, “Selva virgen”, aparecen los animales y la naturaleza en una primera fase, como seres reales, una prototransición hacia los seres simbólicos. Se nos revela el otro habitad. El mundo natural en una negación temporal, la secuencia de presentes.
La sexta parte “En el camino”, el poeta se personifica se asume a sí mismo en el mundo simbólico, asume la claridad en el despojo de todo menos ese poco de conciencia inicial, con el que ha renunciado. Encuentra por un instante el centro corazón. Tarda en entrar en sí mismo, en deshacerse del otro sí mismo. Es decir que ha explorado en recuerdos, contextos y alrededores, la realidad, se ha reconocido en ello pero muy escuetamente. El conjunto de poemas es un ejercicio de calibración de encontrar entre una y otra cosa ese centro, y el gran esfuerzo que le cuesta mantenerse allí.
La última parte “Desde la puerta del jardín”, que no es otra cosa que ese centro corazón vibrátil y por tanto fácil de perder que escribe la parte final, describe los elementos naturales su combinación, y desde luego su alquimia elemental, su unión constante que no es otra cosa que el universo mismo, en su fase natural, en el transcurrir constante y cotidiano de sus fuerzas. Es permanecer en la mecánica natural de ese universo. Sol y lluvia, tierra y agua, hombre y mujer. Aquí el mundo natural ya es un paisaje simbólico. El poeta está ahí. Está. Pero no termina de lograr su presencia. 
Es a diferencia de libros anteriores un libro más coloquial, quizá autobiográfico en la medida en que rememora, y en la medida en la que aun busca en la brújula interior una ubicación exacta. Es una transición del ser casual y trivial a un paisaje interior más basto. Es la narración de ese viaje, esa evocación y ese llamado natural a la puerta de los dioses. Nos deja con la duda de la permanencia en aquel reino elemental.

Sergio Gareca
Oruro, enero 2018





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