martes, 2 de febrero de 2021

UNA CARTA NO ENTREGADA A LUIS URQUIETA MOLLEDA

 


No sé si les ha pasado a ustedes y están de acuerdo, pero la palabra que más se escucha en la vida de un boliviano es la palabra “No”. Uno va a la escuela y tienes que escuchar: no hables, no te muevas, no pienses, no respires, básicamente compórtate como si fueras pasto.

Luego llegas a la universidad, te inyectan espíritu revolucionario, entonces dices, realmente pueden cambiar las cosas. Y cuando quieres hacerlo, ya en la vida profesional, en contra de sus propias palabras, le dicen NO a ese cambio de actitud.

Nadie cree en ti, porque en verdad nadie cree en nada, es un país descreído. 

Ya en la experiencia de la gestión cultural, es el país del eterno NO. NO tenemos presupuesto, NO hay partida para eso, NO me lo permite la norma.  Quiero hacer una película. Felicidades, pero NO puedo ayudarte.

Por eso creo que sólo una persona entregada al mundo de las letras como don Luis Urquieta podía entender la importancia de ciertas palabras. En este caso, la palabra SÍ y otras que podían transmitir un aliento contundente y un efecto positivo en la sociedad.

Yo creo que en la vida hay dos clases de maestros y creo, también, que he tenido la suerte de tener ambos en el transcurso de la breve existencia que nos toca.

En esta clasificación, los primeros maestros son los que ven en ti aquello que ni tú has visto, los que se ocupan de distinguir el insipiente fulgor de lo que hay en el interior de uno. O sea, quienes te indican todo lo que está bien en ti y en tu obra. Los segundos maestros son aquellos que ven en ti, ese fuego cultivado a medias, torpe e impetuoso, ese trabajo en bruto que haces de ti mismo y lo perfeccionan. O sea, son quienes te indican todo lo que está mal en ti y en tu obra. Desde luego ambos casos se hacen desde una autoridad moral trascendente.

Dentro del primer grupo de maestros, ha estado mi padre. Como casi todos, yo empecé a escribir intuitivamente, sin querer, sin motivo, sin tener la más mínima idea de por qué. Pero mi padre fue quien me animó a publicar.

Poco después de esa primera publicación, aún inseguro y dudoso del crimen literario que había cometido de manera pública y confesa, envié mi trabajo a la Unión Nacional de Poetas y Escritores de Oruro, que en ese momento tenía como presidente a don Luis Urquieta Molleda, otro gran maestro a quien le dedico estas líneas.

Cuando terminé de leer el ensayo de ingreso, pudo decirme un par de palabras, a las que por la ofuscación del momento no pude darle la importancia debida “Él tiene un talento innato para el lenguaje”, dijo.

Su fe en mí era más de la que yo tenía en mí mismo, y fue el quien personalmente escogió un par de artículos míos para su publicación en El Duende, y de ese modo empecé a publicar con cierta constancia, ya sea en periódicos, revistas o plataformas digitales.

Con el pasar de los años esas palabras que al principio pensé que las había dicho sólo por salir al paso en una reunión formal, fueron tomando una importancia crucial, a menudo y con más fuerza se repetían en mi cabeza. Don Luis había pasado la vida leyendo, era un literato cabal ¿por qué tendría que tomarse la molestia de decir esas pocas palabras para un chiquillo que balceaba todavía los versos?

El año pasado en diciembre, gracias al festival Latinale en varias ciudades de Alemania, tuve una lectura en Osnabruck. Entre el público se encontraba una muchacha uruguaya que había ido a estudiar literatura allí y fue ella quien preguntó a los invitados cómo habíamos empezado a publicar. Don Luis había fallecido recientemente y me fue inevitable no recordarlo y no recordar esas palabras que había dicho aquella vez y, también, me fue inevitable no nombrarlo.

Hace un par de años que yo pensaba escribirle una carta justamente agradeciéndole ese gesto que tuvo conmigo en esa reunión de UNPE; pero como es nuestra naturaleza tan crédula, creí en el mañana y en la prolongación de la oportunidad. Hoy es algo tarde para que mi carta llegue a las manos de Don Luis, pero agradezco a El Duende por permitirme hacer mis palabras lo hagan de manera póstuma.

Ahora, uno puede pensar, ¿qué tiene de especial esta pequeña experiencia personal en tu vida Sergio Gareca con el resto de las personas que nos tomamos el tiempo de hojear un periódico? Pues yo pienso que nuestro país tiene mar, pero un mar oscuro, y no sólo eso; está ahogado en un temible precipicio de inconformidad, mediocridad e ignorancia por falta de una actitud que resulta muy simple de describir: La cultura del “NO”.

Muchas instituciones culturales se han acercado al noble corazón de don Luis Urquieta para pedir una ayuda y la palabra más abundante de su vocabulario era ese bondadoso SÍ. Esa palabra, esas dos letras que yo creo que pueden hacer mucho, en las escuelas y colegios, en las puertas del destino donde uno se define como persona.

Pienso que este país debe aprender mucho de esa simple actitud que ha cambiado una parte de nuestra realidad y la ha motivado a la realización. Hasta el día de hoy no conozco un ser humano que diga, yo quiero ser asesino, o quiero ser un criminal. La gran mayoría de los sueños de las personas tienen que ver con querer ser un prestigioso músico, un buen doctor o simplemente una buena persona. Pero desde siempre nos hemos dicho NO.

Don Luis era un importante mecenas para nuestro medio, pero eso no era por únicamente por la posibilidad económica de hacerlo. Hoy por hoy para convencer a una persona de que el arte es hermoso tienes que decirle que un cuadro de Van Gogh cuesta cierta cantidad de millones de dólares para que crea que es hermoso.

Pero don Luis no era así. Una vez fuimos a visitarlo con un presente que el cuadro de Jesús Céspedes. Él se alegró mucho. Precisamente porque él no veía el vacuo valor de las cosas, el sí podía apreciar el esfuerzo y la belleza que nos rodean y es por lo que, como literato, pasó ese amor a sus actos y no pisoteó ninguna de sus palabras. Yo guardo con gran cariño esas pocas que fueron para mí, pero que han sido suficientes junto al apoyo de otros grandes amigos y maestros que han sabido darme apoyo y enseñanza con humildad y desprendimiento, entre ellos Alberto Guerra, Vicente Gonzáles Aramayo y don Carlos Condarco. 

Don Luis Urquieta pasó su vida diciéndole SÍ a gente soñadora. Aquella vez no recuerdo haberle pedido nada. Pero él tuvo para mí esas nobles palabras que valen tanto. Dio sin pedir y sin esperar a que alguien se lo pidiera. Es posible que mucha de la ayuda que nos haya dado estén en los periódicos, en eventos y proyectos culturales, pero creo que el legado más importante es esa actitud afirmativa y positiva que trasciende como ejemplo, con la absoluta solvencia moral que hasta hoy le admiro.

 

SERGO GARECA

Oruro, 17 de noviembre de 2020

 

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