lunes, 14 de octubre de 2013

A propósito de una “Reseña” sobre “Insurgentes”


Estas palabras contienen indignación y desacuerdo, la primera la tengo desde niño, cuando vi “Yawar Mallku”, película de Jorge Sanjinés que mostraba de la manera más cruda el país que habito y que ha sido encubierto desde la idea de “mestizaje”. Por eso me indigna que luego de esa historia de encubrimiento de varios siglos, en pleno siglo XXI, se intente seguir encubriendo cinco siglos de desborde insurgente indignado con incoherencias con nombre de “reseña”. Escribo esto a propósito de una opinión de Diego Ayo sobre “Insurgentes” de Jorge Sanjinés, publicada en el No 7 de “El Desacuerdo”, quincenario de reciente aparición, que publica sólo algunos desacuerdos.

Siento, que estamos viviendo tiempos sorprendentes, ¿será que existe una “crisis” de los sentidos? O más bien será que ¿los sentidos que algunas personas utilizan para oír, ver, y hablar, o escribir, dejaron de funcionar? Pero, el que más me preocupa es el sentido común. Parecería que vivimos una época de “secuestros express” y éste sentido, el sentido común, a algunos se les “a pirdiu”, quién sabe dónde.

En estos últimos años, caminar por las calles de algunas de nuestras ciudades, me ha llevado a pensar, que la vida cada vez tiene mayor intensidad, se escucha decir cínicamente: “uno ya no puede decir nada”, o “no sé por qué esta gente reacciona de todo”. No sé si esto sólo pasa en Bolivia, pero es éste suelo el que transito y casi siempre, a pie, o en nuestros vernáculos “minibuses” y por eso es desde este suelo que me pronuncio.

Hasta hace una década, aunque antes esto tenía mucho menor intensidad, me refiero a la intensidad de las reacciones, era “normal” escuchar insultar en la calle de muchas maneras, a diferencia de la Argentina, aquí, si se escuchaba decir: “hijo de tal”, podía hasta correr sangre, pero no pasaba nada cuando se escuchaba: “cholo de tal!!!”, “indio!!!”, “serás pues su chola!!!”, “estás oliendo a coca!!!”, nadie reaccionaba, a veces ni los o las aludidas, yo tampoco, porque para mí esa realidad también era la “normal”. Alguna vez que caminaba por las calles de Santa Cruz, escuché un cruce de palabras, “chiriguano de tal!!!”, el interpelado respondió: “¿y tú? guarayo serás!!!”.

Pero no sólo esto era lo “normal”, una vez cuando era niño, en la ciudad de Oruro, en la fila para entrar al cine (a propósito de alguno que se llama “cinéfilo” y otro que aparece como “esteta”), delante de mí se encontraba una señora que, por suerte aprendí a decir que era una “señora de pollera”. Ésta se encontraba con su familia, cuando llegaron a la puerta en el momento en el que la persona que controla, pide las entradas para que uno pueda entrar a la sala, se produjo un incidente muy particular, que recién lo entendí años después. El boletero le dijo que ella no podía entrar a luneta, que si quería mirar la película debería ir a galería, yo sabía que ahí iban los que no tenían plata para pagar la entrada y no entendía por qué alguien que sí podía pagarse su entrada, es más ya la había comprado, no podía entrar. Toda la familia, “obedientemente” se fue a galería, nadie ni dijo ni hizo nada, yo tampoco.

Años más tarde en el mismo cine vi varias películas en blanco y negro, aunque a mí me gustaban las a color, pero ese mi hermano fregón, el mayor, me llevaba, y yo tenía que ir nomás. Ahí, en esas películas, vi cómo, para algunos que se creen superiores, la mujer es un objeto, pero así hayan sido los “indios” y las “indias” del último rincón de Bolivia, les dolía y también querían justicia, pero como no la tenían, la buscaban por ellos mismos. También me enteré que los “Cuerpos de Paz” se vinieron, como parte de un proyecto imperial a esterilizar a las mujeres que vivían en las comunidades campesinas. Luego, vinieron muchas historias más, que traían otro tipo de indignaciones historizadas referidas a los “nadies”, de las que yo no tenía idea de quién era el que las contaba, pero yo salía de todas ellas cargado de indignación y sin saber por qué en nuestro país había tanta injusticia. Recién de adulto me enteré que ese señor era Jorge Sanjinés a quien nunca pude darle las gracias, por tanta indignación compartida con gente anónima como yo.

Sí, como decía, los tiempos han cambiado, ahora si uno insulta con alusiones “culturales”, la cosa puede ser grave, “hasta una ley ya hay”, para aquellos entendidos; o sino, “reaccionan y nos pueden pegar”, ¿que “salvajes” no? Así como los tiempos han cambiado, los procesos de liberación han ido dando algunos pasos, eso lo sé yo, mi caserita del mercado, mi doñita de los periódicos y muchos a los que casi siempre les insultaban o no les dejaban entrar a algunos lugares. Igual que mis caseritas, yo, que voy al cine a mirar películas nomás, puedo decir que la ignorancia es atrevida, como la del señor ignorante Diego Ayo, que no sabe lo que es una reseña y, a título de ésta, traza una serie de contradicciones e incoherencias, para insultar, como si le hubieran dejado el ojo en tinta, su actitud parecería a fin con su ser ignorante confesado por él mismo.

Cuando leo lo que él escribe me encuentro con su primera contradicción, “en mi modesto entender… la película… me pareció mala”, pero se pasa el trabajo de escribir una “reseña”, a la altura de su “modesto entender”. No hay que pasar al siguiente párrafo para encontrar la segunda incoherencia: “Opino como espectador cinéfilo. Y como tal… no sé qué vi”. Papirri!!! Anotate!!!, otra metafísica. Por eso no sigo con los demás párrafos. Pues, era una película señor, y todas las películas muestran historias, pero claro, hay historias que indignan y otras que dejan “los ojos en tinta” y esta era una película sobre los “nadies” de la historia de Bolivia, pero, para ser consecuente con su “modesto entender” y con su “no ser crítico”, se pone a extrapolar su “no sé que vi” con la realidad política del país; que los indígenas aquí y allá, que los mestizos aquí y allá, que el TIPNIS aquí y allá, algo de genética y no se qué, sobre algunos rococós que nunca existieron en el lago Titicaca y otras barbaridades que repite constantemente, a la altura de su “modesto entender”. Este señor encarna nomás lo que él dice ser, un ignorante.

Parecería que en estos tiempos, los que hablan por el “ojo en tinta”, no se dan cuenta que el estado de realidad ha cambiado en Bolivia, que nunca fue y menos ahora, en blanco y negro y que en nuestro país, como en los demás, los procesos nos están obligando a ser críticos, y si no lo es, y tampoco “sabe lo que vio”, señor Ayo, no cometa el irrespeto de insultar, porque los tiempos están cambiando y eso del insulto “grave puede ser, ¿no ve?”.

Finalmente me quedo con la historia, aquella nunca contada, sin nombres, pero con rostros de los, hasta hace poco, siempre vejados, siempre golpeados, siempre insultados, siempre invisibilizados, siempre explotados. Esa historia que desborda y que provoca insultos en las palabras impotentes de los necios, que encubren su ignorancia con su “modesto entender”. Las exquisiteces las dejos para los chicharrones del “Campo Verde” de Quillacollo, los anticuchos de mi caserita de la velas en La Paz, el q’ara pecho en Sucre y el charquecan en Oruro y no sigo para no hacer antojar más.

Javier Reynaldo Romero Flores

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