Dos son los únicos paradigmas
culturales de este país: el mestizaje, propugnado por el Movimiento
Nacionalista Revolucionario el 52; la descolonización y la pluriculturalidad
que supuestamente es el paradigma de este gobierno y que, sin embargo no es
obra suya, sino una tendencia que se ha ido forjando con el tiempo con muchos
aportes que vienen de la investigación sobre todo.
Cuando nació el Festival Nacional
de la Canción, en la década de los 60s, el paradigma imperante justamente era
el mestizaje, es decir, meter a todos en el mismo saco de la bolivianidad y la
construcción de la identidad nacional, que era un dilema pendiente desde los
tiempos de Tamayo.
La aparición del boom folklórico
encabezado por Los Jairas, provocó una expectativa en el público nacional y se
formó un movimiento que dio vida y vigor a la música folklórica del occidente
boliviano. Por ese entonces entrar con un charango o una quena a la plaza era,
mal visto. Los charangos y las quenas aún tenían el estigma de música de
indios. Hasta que un buen día al gringo Favre se le ocurrió tocar la quena y ya
está. Si un gringo puede no debe ser tan malo, dijo nuestra idiosincrasia.
En su momento el festival aporto
a vencer las taras sociales y tuvo su efecto en la difusión y crecimiento de la
música nacional.
Para comienzos de los ochenta un
movimiento interesante empezaba a desarrollarse, al margen del festival y del
carnaval, y mucho mejor, conquistó Europa. La recuperación de la música
autóctona, la mirada se volcó hacia lo puro y lo ancestral. El charango y la
quena, junto con las zampoñas, ya tuvieron su lugar mientras estuvieran ya
catalogadas dentro de lo criollo y por tanto lo nacional.
El efecto de ese creciente
desarrollo musical, tuvo adaptaciones de otros sitios influyentes, fruto de eso
nos queda por ejemplo la manera de cantar de los Kajrkas, que es el prototipo
general de los grupos folklóricos. Se exigía tanto la armonía vocal que Oruro tuvo
grandes sextetos, que ya estaban muy al margen de lo que pudiésemos llamar
folklórico, o lo nacional, o lo nuestro. Eso marcó los noventa.
Mientras tanto el Jach´a Flores y
otros músicos importantes como Gerardo Yañez, construían y apoyaban junto a
otros artistas lo que hoy conocemos como pluriculturalidad, la capacidad de
reconocernos en la diversidad.
Como todo en la vida el festival
entró en decadencia y era perfectamente justificado pues ya había dado sus
resultados. Había un mercado estable que establecía las exigencias a los grupos
folklóricos.
Cuando se retoma el Festival De
La Canción, en este milenio, a alguien se le ocurrió que su noche hermosa de
ñusta perdida en el antaño era la mejor
noche de su vida, y quiso meternos a todos en aquella noche y por eso este
festival debía llevarse a cabo bajo las condiciones de un festival con la
tecnología y pensamiento de los sesenta hasta los ochenta.
Hoy este festival es un desastre
tanto financieramente, tecnológicamente y culturalmente.
Financieramente durante estos
años solo han servido para el despilfarro del corto presupuesto asignado a la
cultura. Y el festival no logra nada, ni infraestructura, ni publicidad ni
efecto alguno. Está tan retrasado que ni
tiene página de Facebook, sabiendo que hoy por hoy es el medio más efectivo de
publicidad.
¿Qué es una canción boliviana hoy?
Es una pregunta que quienes viven aún su época de gloria y la luz de aquellos
reflectores del pasado les ciega los ojos.
No está a la altura de los nuevos
paradigmas y no cae en cuenta que el folklore está en decadencia, porque
nuestra sociedad ya es sociedad de consumo y exige nuestros folkloristas estén a
la altura del pop internacional. Es un logro de este festival que ya en
cualquier disco podamos bailar morenada.
Pero hay tanta música desperdiciada,
ninguneada, maltratada y vejada. Música maravillosa como el barroco de
Chiquitos, sin desmerecer el hip hop, el rock nacional o la cumbia, ¿serán
menos bolivianos que un cuarteto de semi mariachis tocando una balada con
charangos y de yapa encima un poncho?
Para rematar el festival se
llevará a cabo en una cancha: música en un coliseo deportivo, eso sí, hay que
reconocer, es por demás folklórico.
Sergio Gareca
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