Swift, a principios del siglo
XVIII, publicó el conocido libro “Los Viajes de Gulliver”, en cuyas primeras
páginas, relata su llegada a un primitivo país de enanos en la Polinesia y
luego de regresar con mucho esfuerzo a su hogar junto a su familia, emprende
otro viaje en el cual termina siendo una curiosidad que se mostraba en los
bares de los pueblos, en las manos de una niña cariñosa y su padre.
La intención de este artículo no
es arruinarles el final del libro, sino referirme al hecho de ser gigante en un
país de enanos y de ser enano en un país de gigantes.
Swift, tuvo mucha influencia del
pensamiento de Berkeley, así ambas relaciones de estatura, no pasan de ser más
que una ejemplificación a cerca de la relatividad de las cosas (pensamiento muy
parecido al de Lao Tse). De esta manera podemos pensar por ejemplo en la Virgen
más grande del mundo ubicada en el cerro Santa Bárbara (Wara Wara), y pensar su
referente inicial para poder entender su grandeza.
Encontrando su referente
engañosamente evidente, en el fresco de la Virgen del Socavón (aunque como bien
dijo un pintor reconocido; el fresco pertenece al barroco mestizo y el
monumento es una pieza de neoclasicismo decadente), llegaríamos a una alegre,
pero no exacta, apreciación de que la Virgen del cerro no es más que una
multiplicación aritmética de la estatura de la Virgen original. Multiplicación
que podría extenderse hasta el infinito.
Sin embargo, lo que más bien
parece ser correcto, es una contraposición proporcional a las ansias de
grandeza de nuestro pueblo infectado de auto desprecio y baja autoestima.
Porque el mundo real para el orureño medio, es un mundo donde todos son grandes
y él es pequeño. Así para vivir en el mundo de la realidad (su realidad),
necesita estar a la altura de ese otro mundo que no es Oruro, que es mundo del
más allá, el progresista mundo del oriente, el primer mundo europeo, o el mundo
de alfombra roja y héroes ametralladores de EEUU, sin contar con el lejanísimo
mundo utópico de las revoluciones donde todos los enanos rojos alcanzaremos
nuestra grandeza o nuestro Stalin (como que ya tenemos un Evo).
Entonces para competir con la
estatura del mundo, de la manera más primitiva, para ver quién la tiene más
grande; construimos un magno monumento que no es más que el reflejo a distancia
de nuestro enanismo.
Nosotros como orureños no hemos
tenido mucha relación con el Ekeko (Iqiqo), hasta hace pocos años, y aunque la
alasita se considere un cuarto pico del Illimani para la paceñidad, los
calvarios y sus ferias de miniatura, o las miniaturas propiamente dichas nos
han sido muy familiares desde tiempos muy lejanos en toda la región andina y de
los valles. Bastará con unas fotografías de nuestro calvario que se expone
desde Todos Santos hasta Carnaval o las iglesias Enanas y misteriosas, puestas
en conocimiento recientemente por Maurice Cazorla en la revista Historias de
Oruro, o los juguetes en miniatura del museo antropológico Eduardo López Rivas.
Por tanto está la capacidad en
nosotros de construir un mundo a nuestro antojo desde la perspectiva del juego
y la imaginación, que, aunque parezca un infantilismo, no lo es.
Por esa razón, al igual que en la
obra de Swift, donde siendo un gigante, el hombre-montaña, Gulliver no puede
ser comprendido por los enanos . Los hombres grandes en este país, como en
cualquier otro, siempre serán castigados por la ignominia y la ignorancia
(digamos Juan Mendoza o Ramiro Condarco Morales, que el día de su muerte la
gente prefirió llorar a Michael Jackson). Y los hombres pequeños tendrán
siempre la estatura propia para ser exhibidos en los accesibles escaparates.
Porque nuestra grandeza está donde no se ha buscado, en el crecimiento de
nuestra imaginación, no cuantitativa, sino cualitativa. Porque crecer no es
dejar de ser niños y es solo hacernos más grandes. Habrá que imaginar o morir
en el intento.
SERGIO GARECA