jueves, 23 de enero de 2014

GULLIVER, EL EKEKO Y LA VIRGEN: GRANDEZAS Y ENANISMOS


Swift, a principios del siglo XVIII, publicó el conocido libro “Los Viajes de Gulliver”, en cuyas primeras páginas, relata su llegada a un primitivo país de enanos en la Polinesia y luego de regresar con mucho esfuerzo a su hogar junto a su familia, emprende otro viaje en el cual termina siendo una curiosidad que se mostraba en los bares de los pueblos, en las manos de una niña cariñosa y su padre.

La intención de este artículo no es arruinarles el final del libro, sino referirme al hecho de ser gigante en un país de enanos y de ser enano en un país de gigantes.

Swift, tuvo mucha influencia del pensamiento de Berkeley, así ambas relaciones de estatura, no pasan de ser más que una ejemplificación a cerca de la relatividad de las cosas (pensamiento muy parecido al de Lao Tse). De esta manera podemos pensar por ejemplo en la Virgen más grande del mundo ubicada en el cerro Santa Bárbara (Wara Wara), y pensar su referente inicial para poder entender su grandeza.

Encontrando su referente engañosamente evidente, en el fresco de la Virgen del Socavón (aunque como bien dijo un pintor reconocido; el fresco pertenece al barroco mestizo y el monumento es una pieza de neoclasicismo decadente), llegaríamos a una alegre, pero no exacta, apreciación de que la Virgen del cerro no es más que una multiplicación aritmética de la estatura de la Virgen original. Multiplicación que podría extenderse hasta el infinito.

Sin embargo, lo que más bien parece ser correcto, es una contraposición proporcional a las ansias de grandeza de nuestro pueblo infectado de auto desprecio y baja autoestima. Porque el mundo real para el orureño medio, es un mundo donde todos son grandes y él es pequeño. Así para vivir en el mundo de la realidad (su realidad), necesita estar a la altura de ese otro mundo que no es Oruro, que es mundo del más allá, el progresista mundo del oriente, el primer mundo europeo, o el mundo de alfombra roja y héroes ametralladores de EEUU, sin contar con el lejanísimo mundo utópico de las revoluciones donde todos los enanos rojos alcanzaremos nuestra grandeza o nuestro Stalin (como que ya tenemos un Evo).  

Entonces para competir con la estatura del mundo, de la manera más primitiva, para ver quién la tiene más grande; construimos un magno monumento que no es más que el reflejo a distancia de nuestro enanismo.

Nosotros como orureños no hemos tenido mucha relación con el Ekeko (Iqiqo), hasta hace pocos años, y aunque la alasita se considere un cuarto pico del Illimani para la paceñidad, los calvarios y sus ferias de miniatura, o las miniaturas propiamente dichas nos han sido muy familiares desde tiempos muy lejanos en toda la región andina y de los valles. Bastará con unas fotografías de nuestro calvario que se expone desde Todos Santos hasta Carnaval o las iglesias Enanas y misteriosas, puestas en conocimiento recientemente por Maurice Cazorla en la revista Historias de Oruro, o los juguetes en miniatura del museo antropológico Eduardo López Rivas.

Por tanto está la capacidad en nosotros de construir un mundo a nuestro antojo desde la perspectiva del juego y la imaginación, que, aunque parezca un infantilismo, no lo es.

Por esa razón, al igual que en la obra de Swift, donde siendo un gigante, el hombre-montaña, Gulliver no puede ser comprendido por los enanos . Los hombres grandes en este país, como en cualquier otro, siempre serán castigados por la ignominia y la ignorancia (digamos Juan Mendoza o Ramiro Condarco Morales, que el día de su muerte la gente prefirió llorar a Michael Jackson). Y los hombres pequeños tendrán siempre la estatura propia para ser exhibidos en los accesibles escaparates. Porque nuestra grandeza está donde no se ha buscado, en el crecimiento de nuestra imaginación, no cuantitativa, sino cualitativa. Porque crecer no es dejar de ser niños y es solo hacernos más grandes. Habrá que imaginar o morir en el intento.  

SERGIO GARECA

 

 

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