Hace una semana, Perro Petardos y
Antiarte, viajamos a Pumiri a intervenir el paisaje en Festival Internacional
de Arte Contemporáneo. Allí ya pude proponer un par de estos tópicos a nuestros
amigos, en especial a mi hermano Jaime Achocalla, tanto en Pumiri como al
regresar de la FIL La Paz.
Llegó un momento en que la
comunidad lectora (siempre de élite), se cansó de los hitos de su
intelectualidad y debía refrescarse. La literatura paceña, en particular, entró
en una crisis simbólica. Allí despuntó la poesía de Saenz. Pero el mito no se
creó sino hasta sus lectores posteriores terminando el setenta y empezando el
ochenta.
Ellos no encontraban su paceñidad
en la universalidad de Tamayo. Tampoco en la árida exactitud de Cerruto. Sáenz
destapó una La Paz oculta. Pero esto no es un logro literario, es algo que iba
a pasar tarde o temprano. Pues podrían ser escritos de un simple cronista de la
noche y el barrio, sobre todo la prosa en libros como Vidas y Muertes o los
Cuartos (circunstancia que se le ha echado en cara a Víctor Hugo Vizcarra como
narrador de anécdotas de chupa).
A falta de un Rock star que dé la
talla, habían encontrado a su perfecto nosferatu majareta de quien han amado
más sus excentricidades que sus propios escritos. Durante casi 20 años, hasta
que plural reeditara sus libros, eran un privilegio, libros de ocultismo,
piedras filosofales, rarezas bibliográficas que circulaban a precios
exorbitados. Da la casualidad que las mayores exaltaciones de su obra en prensa
vienen de toda esta época. De tal modo que quienes no tuvieron acceso a los
libros solo leían alabanzas y esas alabanzas han calado hondo. Porque la
influencia ha fabricado el snobismo y a estas alturas a cualquier grupo de 20
cretinos a quienes se les pregunte cual es el mayor poeta de este país, sean o
no literatos, dirán: Sáenz. Y da risa verlos aparapitados escuchando Bruckner.
Esto es producto de una crisis y ha
tenido su efecto opacando otras voces potentes, así como tradiciones de otros
sitios. La búsqueda identitaria paceña ha relegado lo demás. Asume la parte por
el todo.
Muerto el anterior canon, la
principal referencia crítica es Saenz. Por tanto es obvio que hay un antes y
después de él en la literatura boliviana, pero esta no es, como adelantamos,
puramente literaria.
Se ha fundado a la vez con él una
tradición crítica que es, sino la única, la más vigente y la que contiene mayor
fuerza, desde el estudio de Blanca Wiethucter. Se ha llegado a cosas
morbosamente ridículas, como premiar cuentos y poesía por ser homenajes
Saenceanos. La reverencia es incondicional.
Tanto es así que hoy por hoy no
hay criterio límpido, valido y verosímil sobre su obra, es literatura sucia. No
importa si se hable a favor o en contra. El resultado es el mismo. No se
aceptará jamás que alguien diga lo aburridísimo que es Felipe Delgado. Así como
el criterio contrario sea a la majestuosidad de esta misma obra. Se peca o de
hereje o de trillado. Lo último que debe hacerse hoy es leer a Sáenz por amor a
la poesía y por el bien de su propia obra. Porque el único criterio que ha de
salvarlo de este fango son años en el silencio. Que es precisamente lo que ha
salvado a Borda y a Mundy. Ese es el lado positivo de todo
esto.
Para mí es la rama podrida de la literatura boliviana. No por sí
mismo sino por sus efectos. Si se concibe nuestro transcurrir literario en el
tiempo como un árbol genealógico descubriremos que es la rama que más vástagos
ha dado en desmedro de otras posibilidades. Gracias a él y estudios como los de
la Mariposa mundial, encontramos a los silenciados y aún nos falta ver si hay
otros más como Antonio José de Sainz o alguien a quien todavía no se le da la
seriedad del caso como Jorge Suarez, cuando menos en una charlita de joda; sin
descartar otras ramas que ya existían como Tamayo, u otras bastante fuertes que
son maravillosas como Urzagasti.
El tiempo en que circulaban muy
pocos ejemplares de Sáenz, ha coincidido con una ruptura de tradiciones. De ahí
que haya todo un nacimiento de poetas huérfanos. Incluso en La Paz este
fenómeno ha creado una auto-condicionalidad de la tradición paceña, pero se me
ocurren movimientos como Los Nadies en El Alto que ya casi diez años atrás
revelaban esta orfandad. Hoy es mucho más claro. No es casualidad que varios
premios nacionales hayan sido declarados desiertos. El canon está cambiando. Y
eso se debe a una crisis del patrón imperante y no a que haya alguien que
quiera matar a Sáenz. Somos una generación intrascendente, pero transitoria. Nuestras
fuentes son distintas. Internet ha brindado lecturas impensadas. La tradición
se ha roto.
Creo que esto se hará evidente
dentro de cinco a diez años.
Se ha considerado que
nuestro excesivo regionalismo es uno de dos lados negativos de la escena
poética boliviana. Pues Sáenz es también producto de eso. Y también logra una
reacción. La paceñidad no tiene por qué ser la bolivianidad de nadie, así (como
lo digo en mi poema), como nadie puede quitarme el Michael Jackson de mi
bolivianidad. Hay un problema irresuelto desde hace siglos y es parte de
nuestra ancestralidad. No podemos y no vamos a poder entendernos como país.
SERGIO GARECA
Oruro, agosto 2015
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