Mijail Miranda Zapata
Ha pasado poco más de una semana desde la caída de
la pasarela en la Avenida del Folklore en Oruro. Han pasado de 4 a 5 muertos, los
heridos de críticos a estables, la noticia de primicia de tragedia a “da poco
rating si no hay sangre”. Los medios informativos y las redes sociales han
pasado de luto, solidaridad y bendiciones a volquemos la página que se vienen
las comparsas y hay que enterrar el pepino. La orureñidad en pleno ha pasado de
una inconsolable orfandad de músicos a su tradicional y recalcitrante
chauvinismo poblano. Y así los posibles culpables, usamos el primer término por
estricto rigor periodístico, se han convertido en inclementes verdugos y las
víctimas en difamadores oportunistas. La lógica de siempre, ¿por qué exaltarse?
Ese mismo día, el sábado de peregrinación,
conversando con amigos y familiares, constaté una de las lógicas más cruentas
del carnaval. “Más bien no ha caído sobre los danzarines”, fue un comentario
que se cernió incandescente sobre mi cabeza. Fue aún más triste confirmar que
esa idea no era una mala coincidencia, era una certeza extendida por toda la
ciudad. Ese es el rostro oculto de esta, subrayo, festividad religiosa. Que no
nos confundan, los muertos de Oruro, los de la banda Poopó, no son producto del
azar, tampoco de un capricho celestial o un castigo divino. Las vidas que se
desvanecieron entre la pasarela son resultado de una sistemática escalada de
violencia que ha desplazado a la mayoría de los orureños de la fiesta que se
forjo entre las manos de sus mismos abuelos. La mayor expresión popular de la
ciudad escindida de la esencia misma de su nombre, el pueblo.
¿Quedan dudas? Hubieron jóvenes que se quedaron
varados en la pasarela, que rompieron sus cobertores, que osaron disfrutar del
baile y compartir la devoción por la virgencita con el resto del público, que
no tenían los 50$ para pagarse un asiento promedio y decidieron apelar a la
viveza, porque creyeron que también debían ser parte del festejo, para ver una
pizca del cada vez más desproporcionado Carnaval de Oruro. Para muchos, estos son
los culpables del desastre, son los que provocaron las muertes, los que
enlutaron y mancharon la imagen de una ciudad y su único atractivo. Además,
esos alegres muchachos, ahora heridos y ensombrecidos, estaban en estado de
ebriedad. Las señoras se persignan, los caballeros se indignan. Entre esa masa
homogénea de beatería está Rossio Pimentel, Honorable Alcaldesa Orureña.
Poco después del accidente comenzó a circular una
ingeniosa propuesta. Trasladar la entrada del carnaval a un ámbito aún más
privado, un “diablódromo”. Sacarlo de la ciudad y alejarlo de la plebe. Todo
bajo un título irónico, desvergonzado e hilarante: “turismo religioso”. Entonces,
es necesario recordar que uno de los justificativos por los que la entrada continúo
el día sábado y domingo, a pesar de la molestia general, fue la inversión que
habían hecho los danzarines y espectadores. Obvio, habría que agregar las pérdidas que sufrirían los
organizadores. No olvidemos que este es un negocio redondo. Ser presidente de
un conjunto o miembro de la ACFO no es un trabajo, es un estilo de vida. Ese es
el carnaval de Oruro, el festín de una élite incapaz de conmoverse con la
muerte del que llena de música el espectáculo, o el que le sirve la comida, o
los niños que le recogen las latas de cerveza. Es un bacanal insensible que para
sentirse menos culpable usa el manto de la virgen del socavón como bandera de
religiosidad y compasión. ¿Turismo religioso? Una de dos, o se sacan la venda o
dejan de hacerse los cojudos.
¿Quedan dudas? Otra justificación, usada para
obligar a los músicos a acompañar la entrada a pesar del duelo, fue la de los
contratos que éstos debían honrar con sus empleadores. Los bailarines, como
capataces, tirando de sus obreros para que la fiesta continúe. Y siguió nomás.
Pero, escribimos todo esto a la distancia. Cuando
por primera vez, luego de más de 10 años, no asistimos al carnaval. Nos lavamos
las manos, al mejor estilo de la Alcaldesa y los responsables de la pasarela,
porque este año no estuvimos en Oruro. De otro modo habríamos pagado los 100$
que cuesta el asiento en la plaza, le habríamos comprado otro a la novia y
después de las muertes, quizás tras unas lágrimas y algún torpe brindis cuasi
poético en honor de los artistas caídos habría seguido la juerga y hubiera
defendido a regañadientes mi inversión. Porque si, la novia es nueva y esa es
una inversión.
Ese es el Antruejo de los Andes, la peor cara de la hipocresía,
un pasatiempo misógino, una ceguera desenfrenada, el negocio más rentable, la
válvula de escape más disimulada. Catalizador de localismos y regionalismos. Un
diagramado que divide ricos de pobres, jaylones de cholos y cholos de indios.
¿Lucha de clases? Si, sueno anticuado. Así están y estuvieron las cosas.
Twitter: @mijail_kbx
Inicialmente. podría discrepar podría decir que si esos jóvenes que saltaron sobre una pasarela de transito tienen la culpa.... pero tienes razón.. el circo cada ves es mas despropósito ya no solo es circo y pan es circo y págalo caro carajo... bien Mija
ResponderEliminarUn respeto muy especial a este escritor petardo......... salud por lo fallecidos y lo festejados (....alguien dijo....) alfin es carnaval; el cielo y al tiera se unen, para festejar lo vano y lo glorioso....... mas me pregunto . acaso el ser oculto que se festeja. tambien no necesito beber de algo o de alguien...... pues lo hizo............. y NOS OLVIDAMOS DE EL pero el se recordo que le deviamos......... AMEN por los caidos........ jaja WASCA para los bolsillos llenos de plata a costa del carnaval.......
ResponderEliminarFelicidade hermanito algo de un DIGO PERRRO PETARDO........