Sí, esta es una justificación. Sí,
un alegato en favor del vicio, una medalla a la insistencia en puertas del
infierno, un cocacho al arrepentimiento, una excusa para torear elefantes rosados,
dieta blanca para tranquilizar cocodrilos, la masticación del ch´aki, un picnic
en las pesadillas.
Si alguien, en algún momento, ha
imaginado un mundo en el cual todos los seres humanos tuvieran diez minutos de
libertad irrestricta, como imaginando el fin del mundo, nos encontraríamos con
un estado de ebriedad incontenible e irreversible. Un paisaje muy parecido a
nuestras verbenas de 6 de agosto, a la proclamación de algún candidato y tantas
otras fiestas que nos caracterizan.
Entonces tendríamos que enfrentarnos, como siempre, a la prima
manoseada, a la cuarentona del baile sexy, al filósofo con discurso de
cloroformo, al cavernario agresivo y, desde luego, al puritano y la mojigata en
plena escándalización.
La naturaleza, en sus asociaciones y agresiones, permanece en este estado, en un constante peligro de muerte, en excitación exultante, en un engañoso clima de paz. La humanidad en el permanente proceso de autoengaño al cual ha llamado historia, se cree y se justifica, ante sí misma, como civilización, en la misma mascarada, a la cual asistimos todos y, cual rey de los bufones, con careta de rectitud, orden y armonía social, juzga por juzgar. Y disimula de perfil su abdomen hinchado de vanidad y buen gusto. Algo que aún no ha penetrado en sociedades superiores, de animalidad expresa.
En nuestro caso. La sociedad en
plena negación de lo salvaje, se contiene en la medida en que se ve obligada a
sus propias licencias temporales y espaciales, como feriados, fiestas, o
simples fines de semana.
Varias tribus de Norte América, tenían como uno de sus principales rituales, abandonar al adolescente en medio del bosque durante una noche, en la cual éste tendría encuentros místicos consigo mismo y la naturaleza. Al volver del ritual, ya se los consideraba hombres. Este ritual es común a otras sociedades. En la nuestra, este rito no existe. Lo más cercano a ello es el cuartel, como una prueba de sufrimientos y resistencia, del cual se alardea constantemente. Sin embargo no llena el espacio espiritual que estos ritos tienen. Por eso, no es extraño que el hombre (sin aliviar al alcoholismo femenino), reviva la sensación de riesgo, al que ha estado acostumbrado el ser humano durante milenios en la mesa de un bar o en un pandemónium como los tantos que tenemos.
Nos enfrentamos a: primero, la
necesidad permanente de riesgo. Segundo,
a la rebelión contra las convenciones sociales en tierra de nadie. Tercero, la
desinhibición psicológica. Cuarto, a la distención del ilusorio mundo de orden,
al mundo caótico para despertar el principio entrópico creativo.
Éste último corresponde tanto al
bohemio que fuerza el desorden a su vida para permanecer en un permanente
ordenamiento de la realidad, cual lego. Y en segunda instancia, el desorden
social del cual salen nuestras más altas expresiones culturales, pongamos por ejemplo:
el carnaval. Tal cual la metáfora del origen: Del desorden, la Creación.
Esotéricamente, el alcohólico ya pertenece al tercer círculo dantesco. Y así como la disciplina espiritual nos conduce a planos superiores a los que nos encontramos en estado “consciente”, la indisciplina, en este caso el alcohol, nos conduce a planos inferiores. Un borracho vive en otra vibración mientras se mantiene ebrio y es capaz de deleitarse con la cosa más banal así como es capaz de sufrimientos indecibles en delirium tremens. Así regresa como Orfeo del infierno, con una melodía, un poema o una imagen. Básicamente, los malditos, quienes son ángeles del infierno, quienes han asistido al terror, quienes viven como artistas: entre el chiquero y las estrellas.
El alcohólico, en una etapa del alcoholismo, como un conjuro terrible, antes de perder todo su mundo propio y ajeno, pues es también un juego muy peligroso; atraviesa un tiempo que pudiese ser muy prolongado de lucidez. Así un alcohólico puede llegar a ser hasta 5 veces más inteligente que una persona normal. De ahí que se vuelve mañoso y mitómano. Nada más relacionado con la creatividad, que mentir. La abstracción lógica que implica la mentira, a niveles increíbles de premisas y silogismos, también es aplicable completamente al ser creativo, con recovecos novelescos, teorizaciones estéticas, abstracciones lógicas en verbo y forma; todo esto sin contar con la hipersensibilidad provocada.
También debemos añadir, la cantidad inimaginable que contiene ese banco de anécdotas, sucesos y comunicación de sinceridad extrema a la que uno se expone. Material suficiente para hacer una nueva comedia humana.
Al ser una reacción directa a la necesidad de riesgo, implica, a su vez, una sensación ilimitada de seguridad. La fijación oral de la bebida, remonta directamente a la fase de lactancia, al estado en el cual todo ser humano se ha sentido protegido por la madre. Sin esta seguridad, quizá ilusoria, no habría cómo enfrentarse al riesgo y lo desconocido, dentro de un bar o en cualquier otra circunstancia alcohólica. Lo que podría acabar, y ya acabó en más de una desgracia.
Es muy peligroso, sí. Es jugar tunkuna al borde del abismo. Por todo dicho, niños, no hagan esto en casa.
SERGIO GARECA
Marzo, 2015
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