Todos hemos sido agredidos
culturalmente. Nuestro nacimiento ha sido perturbado por el uso de un sistema
de razones sexuales, laborales e ideológicas condicionantes. Muchas veces a
contra natura. Nos han medido el cráneo, han sacado nuestros sesos y los han
molido en el batán industrial del slogan, la ley y la costumbre.
El arte es el retorno al estado
de libertad inicial del ser humano, por tanto, su naturaleza transgresora es
básicamente negarse a toda imposición posterior a la conciencia de esa libertad.
El principal sistema de supervivencia es la sumisión. De ahí que un artista carece de empleo, mérito y prestigio. La creatividad es un atentado continuo a las formas consabidas, por eso los sistemas nos aíslan y nosotros nos aislamos de los sistemas.
Solo así se justifica la gran economía terciaria de este país, distribuida en una infinita gama de labores, por demás, carentes de utilidad pública. Y no se trata de que la fuerza laboral alimente ni económica, ni moralmente al resto del conglomerado humano. Se trata de un perverso ejercicio psicológico de poder.
Al mantener las manos atadas de manera invisible a los escritorios, se crea la ilusión colectiva de que aquellas personas sirven a un país pluricultural que los odia (desde la visión de todas sus culturas).
Poseen un rango superior al resto de los mortales por cumplir con una sacrosanta voluntad, la voluntad de un pueblo (ya en términos proletarios), que también los odia, representada democráticamente (en términos de la ilustración francesa), por un electo, sea cual sea su cargo jerárquico, que lo primero que hace al posesionarse es sacudirse el polvo.
A éste se le informa de manera infinita acerca de su comportamiento, su desempeño, su pro actividad, su excelencia académica, su competitividad y el grado de domesticación que haya podido alcanzar en todos sus años de experiencia laboral; para que pueda volver a casa con la satisfacción de haber ganado el pan de cada día, con el sudor de su camisa blanca.
De esta manera un ejército de ejemplares ciudadanos crea también la ilusión de un clima de paz. Donde aquel inexperto e incauto cordero que asome la cabeza fuera del alambrado a comer de los pastos prohibidos, será decapitado y servido como rostro asado de madrugada en los medios de comunicación.
Es esta la ilusión, el sistema del buen ciudadano, que de cuando en cuando incauta droga, contrabando, enjuicia jueces, procesa procesados procesables procedimentalmente; porque para poder mantener la cordura del aula alguien debe llevar las orejas de burro.
Así los sistemas siguen intactos. El sistema lingüístico que nombra y renombra el absurdo, que cose los códigos técnicos de la prohibición; el sistema imaginativo que solo permite imaginar una sola vida, con auto, casa, perro y marido; Un solo sistema de imágenes, la imagen corporativa; Un solo sistema de audio, el ruido.
Tenemos edilicios, comicios, buenos oficios, televisión, suplicios y orgasmos.
Entonces el último reducto de libertad, es el arte, la poesía (donde las malas palabras no existen), la violencia del color y su armonía, la razón contra razón, la forma, la emancipación del sonido.
Es por eso que un artista no cabe en los sistemas, porque la primera condición de la libertad es la inteligencia, y la primera tarea de la inteligencia es el cuestionamiento. ESTAMOS MALDITOS.
Ningún lugar es el lugar nuestro;
y es por eso que seremos siempre extranjeros en cualquier tierra, incluso la
nuestra. Hemos nacido nómadas. Tenemos la nada como patria absoluta y la naturaleza
como nuestra única maestra.
SERGIO GARECA
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