Estas palabras
contienen indignación y desacuerdo, la primera la tengo desde niño, cuando vi “Yawar
Mallku”, película de Jorge Sanjinés que mostraba de la manera más cruda el país
que habito y que ha sido encubierto desde la idea de “mestizaje”. Por eso me
indigna que luego de esa historia de encubrimiento de varios siglos, en pleno
siglo XXI, se intente seguir encubriendo cinco siglos de desborde insurgente indignado
con incoherencias con nombre de “reseña”. Escribo esto a propósito de una
opinión de Diego Ayo sobre “Insurgentes” de Jorge Sanjinés, publicada en el No
7 de “El Desacuerdo”, quincenario de reciente aparición, que publica sólo
algunos desacuerdos.
Siento, que
estamos viviendo tiempos sorprendentes, ¿será que existe una “crisis” de los
sentidos? O más bien será que ¿los sentidos que algunas personas utilizan para
oír, ver, y hablar, o escribir, dejaron de funcionar? Pero, el que más me
preocupa es el sentido común. Parecería que vivimos una época de “secuestros
express” y éste sentido, el sentido común, a algunos se les “a pirdiu”, quién
sabe dónde.
En estos
últimos años, caminar por las calles de algunas de nuestras ciudades, me ha
llevado a pensar, que la vida cada vez tiene mayor intensidad, se escucha decir
cínicamente: “uno ya no puede decir nada”, o “no sé por qué esta gente
reacciona de todo”. No sé si esto sólo pasa en Bolivia, pero es éste suelo el
que transito y casi siempre, a pie, o en nuestros vernáculos “minibuses” y por
eso es desde este suelo que me pronuncio.
Hasta hace una
década, aunque antes esto tenía mucho menor intensidad, me refiero a la
intensidad de las reacciones, era “normal” escuchar insultar en la calle de
muchas maneras, a diferencia de la Argentina, aquí, si se escuchaba decir:
“hijo de tal”, podía hasta correr sangre, pero no pasaba nada cuando se
escuchaba: “cholo de tal!!!”, “indio!!!”, “serás pues su chola!!!”, “estás
oliendo a coca!!!”, nadie reaccionaba, a veces ni los o las aludidas, yo
tampoco, porque para mí esa realidad también era la “normal”. Alguna vez que
caminaba por las calles de Santa Cruz, escuché un cruce de palabras,
“chiriguano de tal!!!”, el interpelado respondió: “¿y tú? guarayo serás!!!”.
Pero no sólo esto
era lo “normal”, una vez cuando era niño, en la ciudad de Oruro, en la fila
para entrar al cine (a propósito de alguno que se llama “cinéfilo” y otro que
aparece como “esteta”), delante de mí se encontraba una señora que, por suerte
aprendí a decir que era una “señora de pollera”. Ésta se encontraba con su
familia, cuando llegaron a la puerta en el momento en el que la persona que
controla, pide las entradas para que uno pueda entrar a la sala, se produjo un
incidente muy particular, que recién lo entendí años después. El boletero le
dijo que ella no podía entrar a luneta, que si quería mirar la película debería
ir a galería, yo sabía que ahí iban los que no tenían plata para pagar la
entrada y no entendía por qué alguien que sí podía pagarse su entrada, es más ya
la había comprado, no podía entrar. Toda la familia, “obedientemente” se fue a
galería, nadie ni dijo ni hizo nada, yo tampoco.
Años más tarde
en el mismo cine vi varias películas en blanco y negro, aunque a mí me gustaban
las a color, pero ese mi hermano fregón, el mayor, me llevaba, y yo tenía que ir
nomás. Ahí, en esas películas, vi cómo, para algunos que se creen superiores,
la mujer es un objeto, pero así hayan sido los “indios” y las “indias” del
último rincón de Bolivia, les dolía y también querían justicia, pero como no la
tenían, la buscaban por ellos mismos. También me enteré que los “Cuerpos de Paz”
se vinieron, como parte de un proyecto imperial a esterilizar a las mujeres que
vivían en las comunidades campesinas. Luego, vinieron muchas historias más, que
traían otro tipo de indignaciones historizadas
referidas a los “nadies”, de las que yo no tenía idea de quién era el que las
contaba, pero yo salía de todas ellas cargado de indignación y sin saber por qué
en nuestro país había tanta injusticia. Recién de adulto me enteré que ese
señor era Jorge Sanjinés a quien nunca pude darle las gracias, por tanta
indignación compartida con gente anónima como yo.
Sí, como
decía, los tiempos han cambiado, ahora si uno insulta con alusiones
“culturales”, la cosa puede ser grave, “hasta una ley ya hay”, para aquellos
entendidos; o sino, “reaccionan y nos pueden pegar”, ¿que “salvajes” no? Así
como los tiempos han cambiado, los procesos de liberación han ido dando algunos
pasos, eso lo sé yo, mi caserita del mercado, mi doñita de los periódicos y
muchos a los que casi siempre les insultaban o no les dejaban entrar a algunos
lugares. Igual que mis caseritas, yo, que voy al cine a mirar películas nomás,
puedo decir que la ignorancia es atrevida, como la del señor ignorante Diego
Ayo, que no sabe lo que es una reseña y, a título de ésta, traza una serie de
contradicciones e incoherencias, para insultar, como si le hubieran dejado el
ojo en tinta, su actitud parecería a fin con su ser ignorante confesado por él mismo.
Cuando leo lo
que él escribe me encuentro con su primera contradicción, “en mi modesto
entender… la película… me pareció mala”, pero se pasa el trabajo de escribir
una “reseña”, a la altura de su “modesto entender”. No hay que pasar al
siguiente párrafo para encontrar la segunda incoherencia: “Opino como
espectador cinéfilo. Y como tal… no sé qué vi”. Papirri!!! Anotate!!!, otra
metafísica. Por eso no sigo con los demás párrafos. Pues, era una película
señor, y todas las películas muestran historias, pero claro, hay historias que
indignan y otras que dejan “los ojos en tinta” y esta era una película sobre
los “nadies” de la historia de Bolivia, pero, para ser consecuente con su
“modesto entender” y con su “no ser crítico”, se pone a extrapolar su “no sé
que vi” con la realidad política del país; que los indígenas aquí y allá, que
los mestizos aquí y allá, que el TIPNIS aquí y allá, algo de genética y no se
qué, sobre algunos rococós que nunca existieron en el lago Titicaca y otras
barbaridades que repite constantemente, a la altura de su “modesto entender”.
Este señor encarna nomás lo que él dice ser, un ignorante.
Parecería que en estos tiempos,
los que hablan por el “ojo en tinta”, no se dan cuenta que el estado de realidad ha cambiado en
Bolivia, que nunca fue y menos ahora, en blanco y negro y que en nuestro país,
como en los demás, los procesos nos están obligando a ser críticos, y si no lo
es, y tampoco “sabe lo que vio”, señor Ayo, no cometa el irrespeto de insultar,
porque los tiempos están cambiando y eso del insulto “grave puede ser, ¿no ve?”.
Finalmente me quedo con la
historia, aquella nunca contada, sin nombres, pero con rostros de los, hasta
hace poco, siempre vejados, siempre golpeados, siempre insultados, siempre
invisibilizados, siempre explotados. Esa historia que desborda y que provoca insultos
en las palabras impotentes de los necios, que encubren su ignorancia con su “modesto entender”. Las exquisiteces
las dejos para los chicharrones del “Campo Verde” de Quillacollo, los
anticuchos de mi caserita de la velas en La Paz, el q’ara pecho en Sucre y el
charquecan en Oruro y no sigo para no hacer antojar más.
Javier Reynaldo Romero Flores