viernes, 14 de marzo de 2014

NO HAY NADIE DETRÁS DE LAS MÁSCARAS

“¡Qué voluptuoso cuadro el de ese baile de máscaras!”

“Y esa multitud -la pesadilla- contorsionábase en todos sentidos (…), haciendo que la música pareciera el eco de sus propios pasos.”

 

“habían tenido tiempo para darse cuenta de la presencia de una figura enmascarada que hasta entonces no había llamado la atención de nadie”

 

“A decir verdad, la libertad carnavalesca de aquella noche era casi ilimitada. Pero el personaje en cuestión había superado la extravagancia”

 

“Hasta en los más depravados, en quienes la vida y la muerte son siempre motivo de juego, hay cosas con las que no se puede bromear.”

 

“La máscara que ocultaba su rostro representaba tan admirablemente la rígida fisonomía de un cadáver”

 

“Pero la máscara había llegado hasta el punto de adoptar el tipo de la «Muerte Roja». Sus vestiduras estaban manchadas de sangre, y su ancha frente, así como sus demás facciones, se encontraban  salpicadas con el horror escarlata.”

 

Edgar Allan Poe

 

El valor de la muerte. Así como pensamos que era necesidad de Dios tener a cuatro integrantes de la Espectacular Poopó en su presencia para poder alegrar aún más sus divinos días, sabemos que la muerte no es en realidad la que nos provoca un luto tan perseverante desde el día del accidente de la pasarela.

La orureñidad, está acongojada pues no le duele tanto la muerte misma como la patada del destino en el centro mismo del orgullo.

Si así fuera se hubiese conmovido alguna vez en la partida de personas que dieron su vida por su tierra o en ella hicieron lo posible para que ésta tuviese un lugar digno en la opinión del resto del mundo, pues es indudable que nos interesa mucho el qué dirán.

El día lunes de carnaval, lunes del diablo, murió también don Alfonso Gamarra Durana, intelectual y académico orureño que nos legó una decena de libros y escritos dispersos en artículos y otros. ¿Esta muerte igual de trágica no nos mueve a enternecernos y despedir con dignidad a alguien que dedicó su vida a la cultura?

De esta comparación podemos concluir que la muerte, o la vida por afirmación dialéctica, no es lo que en sí nos afecta y conmueve. La muerte, y su tragedia, es la máscara de nuestra indignación.   

 

La viveza criolla.  Como bien lo dijo mi amigo Bruno Ayllón, se nos ha caído la pasarela y con ella la viveza criolla, la incapacidad de poder tapar nuestro desastre personal y social. Y ahora, con colmillos afilados, como verdaderos vampiros, salimos a la noche en procesiones a oler la sangre a alimentarnos patriótica y cívicamente, nos acurrucamos a conciliar el sueño en el ataúd, cavilando lo más placenteramente posible, a quién echar la culpa. Nuestra ciudad es fantástica, por lo mismo, la fantasía hoy brinda un cuento de terror.  

 

La culpabilidad. Aunque no es mi intención arruinar un maravilloso cuento, me llama sobremanera la atención la capacidad de acercarnos tanto a la ficción, en este caso al excepcional cuento de Edgar Allan Poe, “la Máscara de la Muerte Roja”.

En esta joya de la narración, un príncipe cierra la puerta a una terrible peste, para organizar una fiesta interminable. La fiesta concluye con la aparición de un enmascarado misterioso. Iracundo por tal osadía el príncipe intenta dar muerte al enmascarado. Terrible es la sorpresa para los invitados el descubrir que detrás de la máscara del culpable del fin de su festejo, no hay nadie.

De igual manera, en una ciudad de enmascarados. Se nos ha presentado un fantasma, quizá el fantasma de nuestro desastre social y cultural a quien por nuestra vanidad hemos cerrado las puertas de nuestra conciencia y hoy que buscamos culpables y aunque queremos saciarnos con la venganza, nos daremos cuenta que tras la máscara de nuestros fantasmas no hay nadie, por lo menos no alguien con un cuerpo y un nombre. Porque así como el carnaval es intangible y anónimo. Nuestro terror también lo es.

 

Divagaciones. La desgracia ha servido de pretexto para las exposiciones más recalcitrantes de motivos y des motivos acerca del carnaval. Dueños absolutos de la fe, dueños absolutos del sentido y simbolismo, dueños absolutos de la devoción; mesías de la obra maestra, con un “devociómetro” dispuesto a ser instalado en la plaza para medir el espíritu de cada uno de los orureños, solo para tener el derecho de señalarnos unos a otros. ¿Habrá otra manera más expresiva de la psicosis colectiva?

Desntro del mismo grado de locura, nuestro sub-consciente colectivo, sigue fiel a su raíz más honda a su circularidad, a su impasividad, a su perseverancia “Y una vez más, la música suena, vive en los ensueños” como dijera el mismo Allan Poe, porque esta generación, tan soberbia y borracha, más que de alcohol, de falso orgullo; solo durará un par de campanadas en la historia del carnaval, en la historia de nuestra historia que no se conmueve y no se detiene caiga  lo que le caiga encima.

 

 

SERGIO GARECA

almaeninvierno@yahoo.es

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