“¡Qué voluptuoso cuadro el de ese baile de máscaras!”
“Y esa multitud -la
pesadilla- contorsionábase en todos sentidos (…), haciendo que la música pareciera
el eco de sus propios pasos.”
“habían tenido tiempo para
darse cuenta de la presencia de una figura enmascarada que hasta entonces no
había llamado la atención de nadie”
“A decir verdad, la libertad
carnavalesca de aquella noche era casi ilimitada. Pero el personaje en cuestión
había superado la extravagancia”
“Hasta en los más
depravados, en quienes la vida y la muerte son siempre motivo de juego, hay
cosas con las que no se puede bromear.”
“La máscara que ocultaba su
rostro representaba tan admirablemente la rígida fisonomía de un cadáver”
“Pero la máscara había
llegado hasta el punto de adoptar el tipo de la «Muerte Roja». Sus vestiduras
estaban manchadas de sangre, y su ancha frente, así como sus demás facciones,
se encontraban salpicadas con el horror
escarlata.”
Edgar Allan Poe
El valor de la muerte. Así como
pensamos que era necesidad de Dios tener a cuatro integrantes de la
Espectacular Poopó en su presencia para poder alegrar aún más sus divinos días,
sabemos que la muerte no es en realidad la que nos provoca un luto tan
perseverante desde el día del accidente de la pasarela.
La orureñidad,
está acongojada pues no le duele tanto la muerte misma como la patada del
destino en el centro mismo del orgullo.
Si así
fuera se hubiese conmovido alguna vez en la partida de personas que dieron su
vida por su tierra o en ella hicieron lo posible para que ésta tuviese un lugar
digno en la opinión del resto del mundo, pues es indudable que nos interesa
mucho el qué dirán.
El día
lunes de carnaval, lunes del diablo, murió también don Alfonso Gamarra Durana,
intelectual y académico orureño que nos legó una decena de libros y escritos
dispersos en artículos y otros. ¿Esta muerte igual de trágica no nos mueve a
enternecernos y despedir con dignidad a alguien que dedicó su vida a la cultura?
De esta
comparación podemos concluir que la muerte, o la vida por afirmación dialéctica,
no es lo que en sí nos afecta y conmueve. La muerte, y su tragedia, es la máscara
de nuestra indignación.
La viveza criolla. Como bien lo dijo mi amigo Bruno Ayllón, se
nos ha caído la pasarela y con ella la viveza criolla, la incapacidad de poder
tapar nuestro desastre personal y social. Y ahora, con colmillos afilados, como
verdaderos vampiros, salimos a la noche en procesiones a oler la sangre a
alimentarnos patriótica y cívicamente, nos acurrucamos a conciliar el sueño en
el ataúd, cavilando lo más placenteramente posible, a quién echar la culpa. Nuestra
ciudad es fantástica, por lo mismo, la fantasía hoy brinda un cuento de terror.
La culpabilidad. Aunque
no es mi intención arruinar un maravilloso cuento, me llama sobremanera la
atención la capacidad de acercarnos tanto a la ficción, en este caso al
excepcional cuento de Edgar Allan Poe, “la Máscara de la Muerte Roja”.
En esta
joya de la narración, un príncipe cierra la puerta a una terrible peste, para
organizar una fiesta interminable. La fiesta concluye con la aparición de un
enmascarado misterioso. Iracundo por tal osadía el príncipe intenta dar muerte
al enmascarado. Terrible es la sorpresa para los invitados el descubrir que detrás
de la máscara del culpable del fin de su festejo, no hay nadie.
De igual
manera, en una ciudad de enmascarados. Se nos ha presentado un fantasma, quizá
el fantasma de nuestro desastre social y cultural a quien por nuestra vanidad
hemos cerrado las puertas de nuestra conciencia y hoy que buscamos culpables y
aunque queremos saciarnos con la venganza, nos daremos cuenta que tras la
máscara de nuestros fantasmas no hay nadie, por lo menos no alguien con un
cuerpo y un nombre. Porque así como el carnaval es intangible y anónimo. Nuestro
terror también lo es.
Divagaciones. La desgracia
ha servido de pretexto para las exposiciones más recalcitrantes de motivos y
des motivos acerca del carnaval. Dueños absolutos de la fe, dueños absolutos
del sentido y simbolismo, dueños absolutos de la devoción; mesías de la obra
maestra, con un “devociómetro” dispuesto a ser instalado en la plaza para medir
el espíritu de cada uno de los orureños, solo para tener el derecho de
señalarnos unos a otros. ¿Habrá otra manera más expresiva de la psicosis
colectiva?
Desntro
del mismo grado de locura, nuestro sub-consciente colectivo, sigue fiel a su raíz
más honda a su circularidad, a su impasividad, a su perseverancia “Y una vez más, la música suena, vive en los
ensueños” como dijera el mismo Allan Poe, porque esta generación, tan
soberbia y borracha, más que de alcohol, de falso orgullo; solo durará un par
de campanadas en la historia del carnaval, en la historia de nuestra historia
que no se conmueve y no se detiene caiga
lo que le caiga encima.
SERGIO GARECA
almaeninvierno@yahoo.es
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