Bajamos del mini bus uno verde, me acerque al kiosco y me compré un par de cigarrillos. Nunca fui elocuente, prefiero el silencio, y al parecer esto no molestaba a mis acompañantes, dos primos menores que tocan el charango. La noche comenzaba con algo de confusión, las puertas cerradas del paraninfo indicaban que alguien me pasó mal los datos. Una llamada confirmo esto, y sirvió de excusa para reservar las entradas. Caminamos rápido por el centro orureño, encendí un cigarrillo, intenté hablar con mis jóvenes acompañantes, y es que no es muy divertido ser silencioso cuando los que te rodean también lo son. El mayor de ellos se percató de este intento de conversación – y qué canciones tocan - me preguntó, mi respuesta no tardó en llegar, - no los conoces, no son “conocidos”, dije, argumente que el concierto podría ayudarlos a mejorar su apreciación musical y que les serviría escuchar a músicos que ya han pasado por un largo espacio de vida musical; El silencio continuó hasta que llegamos a la casa municipal de cultura. Cuando estábamos cerca a la puerta pude ver a viejos amigos. Me acerqué a recoger las entradas, pero ya las habían vendido, me conformé con comprar asientos más lejanos al escenario. Las puertas de ingreso al teatro estaban cerradas. Fuimos a esperar afuera. Encendí un cigarro, mientras algunos músicos pasaban en busca de algún encargado. Varias personas reconociendo a alguno de ellos, se tomaban fotografías. El menor de mis primos ayudo con un banner, después de haberlo colgado me dijo que le dolía la espada. Esperamos casi una hora. Jaime un viejo y buen amigo apareció con una botella de sake, aprovechamos la excusa del frío para tomar unas tapas. Entre tanto abrieron las puertas del teatro, la fila estaba formada hace ya unos 10 minutos, y la gente empezó a entrar. El teatro no se llenó por completo. En la fila pude percatarme que la mayoría de la gente había ido a ver a Punto Nazca, yo esperaba con ansias a Bolivia Manta. Minutos después comenzó el concierto, empezaron los Punto nazca. No debo negarlo, disfrute de sus canciones aunque no tocaron ninguna de las canciones que me gustan. La técnica de charango del señor Callejas, sorprendió a mis acompañantes. Fue un concierto entretenido y bastante técnico.
Aproveche el intermedio de una canción para conseguir asientos que se suponían ocupados. – ¿si nos dicen algo?- pregunto el mayor de mis primos, - te cagas- respondí, y tomamos tres asientos en la fila C. El concierto o el segmento correspondiente a Punto Nazca llegaba a su fin. la gente pidió una canción más y aproveche para salir a fumar. Afuera me encontré con un puesto improvisado de venta de discos, tenían la discografía completa de Punto nazca, el puesto estaba atendido por una señora a la que no pude dejar de comparar con algún reptil antropomorfo, - ¿a cuánto están los discos?- pregunté. La respuesta llego como con delay, - cincuenta bolivianos- . se me acerco un amigo que decía tener todos los discos en su casa, yo le dije que también tenía todos los discos pero en formato digital. Me terminé el cigarrillo. Vi unos dvd’s de Bolivia manta, no pregunté el precio, saque algo de dinero y lo compré. Varias personas abandonaban el teatro mientras yo emprendía el regreso.
El intermedio duro 15 minutos aproximadamente. Con las luces encendidas, Bolivia manta tomaba el escenario.10 músicos: dos guitarras un charango, dos mandolinas, dos vientistas, un violín, un charango y en el centro los hermanos Arguedas. Un silencio extraño se apoderaba del teatro. Unos golpes en la caja de resonancia del bajo daban el ritmo para empezar el concierto. De apoco las cuerdas de las mandolinas inundaban el ámbito. El ritmo del bajo se apoderaba de mi cuerpo. Terminaron la primera canción y la gente aplaudía como por obligación, comentarios de un viejo que se sentó detrás de mí, se estrellaron en mi nuca, – hay que apoyarlos es un ritmo dulce que no siempre escuchamos- decía. Ya para entonces supuse que pocos conocían o habían escuchado alguna vez Bolivia manta. Personalmente los había escuchado cuando era niño, mi tío en alguna borrachera tocaba sus canciones en su charango. Siempre me gustó el “estilo” básico andino, sin pretensiones y con el espíritu de la tierra. El mayor de mis primos – ¿ellos son mejor que Punto Nazca?- pregunto. -sí, para mí, sí- respondí.
Los hermanos Arguedas ya viejos y con varios quilos ganados en alrededor de 40 años de carrera estaban silenciosos en el centro del escenario, el charango dejaba escapar unas cuantas notas, y en el tercer tema el sonido del bajo empezó a emitir un ruido. Pero no importaba, el sonido en ese lugar siempre es una mierda.
El concierto crecía y sentía un sentimiento nostálgico, tiempos mejores los de la infancia pensaba. Al parecer Jaime, que estaba sentado delante de mí, y yo éramos los únicos que disfrutábamos de este concierto. De repente los acordes de una canción generaba un “ras” en mí, este partía de la parte inferior de mi columna y se expandía como las ondas generadas por una gota en el agua a través de mi cuerpo. El momento épico dela noche había llegado. Las cuerdas de la guitarra indicaban que la canción era Atahuallpa, canté bajito, con miedo a quebrar ese momento. Se acumularon lágrimas de alegría en mis ojos, no podía llorar, no podía gritar. Por un momento me sentí vivo. Terminó la canción alcé las palmas y aplaudí lo más fuerte que pude, Jaime comprendió el momento que habíamos vivido, saco un poco de sake y brindamos con unas tapas por la canción.
El concierto continuó, invitaron al escenario a una cantante que habían conocido en Cochabamba, tocaron un par de canciones. Se acercaba el fin. No podía pensar en nada la música me invadía, el ritmo de la tierra corría como fuego por mis venas. Me arrepiento de no haber bailado.
Al término el concierto se acercaron a dar las gracias, pero no podíamos irnos, gritamos por una canción más, el deseo fue concedido, el concierto terminó con Hojita Verde.
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Hoy pienso que tengo una razón más para morir tranquilo. Nunca había visto a Bolivia Manta en vivo, anoche lo hice por primera y probablemente última vez.
M.C. Michel.